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COP16: La partería tradicional busca convertirse en una estrategia de protección ambiental

Mujeres del Pacífico colombiano llegaron a la cumbre de Cali para contar sus historias y cómo sus saberes pueden contribuir a mitigar las afectaciones en los ecosistemas.

Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico  - ASOPARUPA

Manos de parteras tradicionales Foto: Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - ASOPARUPA

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En la penumbra de la madrugada, el cuarto estaba apenas iluminado por la tenue luz de una lámpara vieja que colgaba perezosa del techo bajo de madera. Mamamilda, con las manos firmes y el rostro tranquilo, preparaba sus herramientas para enfrentar el parto más importante de su vida.
Tenía su campana de Pinard lista para escuchar los latidos del corazón de la criatura que estaba por nacer. La vaselina, el metro y el plástico extendido de forma cuidadosa sobre la cama esperaban su turno. En una esquina, una pequeña olla hervía, soltando el aroma dulce y familiar de la toma seca, un brebaje que preparaba para reconfortar a la madre después del nacimiento.
Esa bebida natural, como el alcohol en el botiquín de los médicos occidentales, no puede faltar, y su preparación demanda un vínculo entre lo espiritual y lo territorial, de ahí el llamado a pensar en el estrecho vínculo entre la partería y la naturaleza.
“Las parteras tradicionales vivimos y hacemos parte del medioambiente, y de las plantas medicinales y aromáticas. Nosotras somos transversales en todo lo que la naturaleza y la madre tierra nos ha permitido tener”, dice la mujer de 74 años que ha atendido unos 350 partos y asiste a la cumbre de biodiversidad en Cali.
Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico  - ASOPARUPA

Brebaje toma seca Foto:Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - ASOPARUPA

Al momento de aquel nacimiento, el calor pegajoso de Buenaventura envolvía la habitación, pero Mamamilda parecía no notarlo. Concentrada, echó un vistazo rápido a Lizeth, su segunda hija, que estaba sentada junto a Isleany, la parturienta de aquella noche. La mujer de unos 32 años respiraba con dificultad, el sudor perlaba su frente y sus manos apretaban las sábanas con la fuerza de quien se aferra a la vida misma. 
Lizeth, su hermana, de 25 años, le susurraba palabras al oído, suavizando su angustia, recordándole que su madre estaba allí, que todo iba a estar bien. Pero no todos compartían esa certeza. El sobrino de Mamamilda, un joven médico internista, no lograba ocultar su nerviosismo. 
Había pasado la tarde insistiendo en que Isleany debía ir al hospital. “Ya tuvo una cesárea antes”, había advertido con una voz cargada de preocupación. “Puede ser peligroso”, continuó. Pero ella había sido clara: “Voy a parir con mi mamá”.
Desde hace décadas, como señala el Dane en su más reciente informe sobre partería tradicional, en Colombia coexisten dos sistemas de atención a la gestación y parto: el formal, conformado por médicos, enfermeras y personal de salud, y el tradicional, compuesto por parteras y agentes de medicina ancestral.
A pesar de la existencia de estos dos sistemas, persiste un desconocimiento profundo acerca de las prácticas de la partería tradicional, muchas veces desestimadas como oficio en lugar de ser reconocidas como una disciplina que atiende no solo el cuerpo, sino también el espíritu de las madres y sus hijos.
Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico  - ASOPARUPA

Jornada de capacitación de parteras Foto:Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - ASOPARUPA

Mamamilda, al percibir la inquietud de su sobrino, le dijo: “Cuando vos naciste, yo ya era partera; tranquilízate”. Pero ni siquiera ella estaba tranquila. Con esas palabras quería evocar la seguridad de la que ella misma carecía. Era su hija. 
En su voz se mezclaban décadas de experiencia y un saber ancestral que ha sido invisibilizado y, a menudo, deslegitimado por un sistema de salud que, desde hace años, ha ignorado la validez de la partería.
                                                                           ***
“Nosotras usamos lo orgánico y los recursos de la naturaleza. Aunque nos cuestionan, sabemos que no contaminamos como lo hace la medicina occidental, que emplea desechos plásticos”, enfatiza la mujer, quien representa a la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa) en la COP16.
Un informe que consolida el Ideam asegura que en 2022 los desechos clínicos fueron los que más generaron contaminación en el país. 
“Usamos todo natural y lo más importante es que reducimos la violencia obstétrica. En Buenaventura, tanto en la zona rural como urbana, en promedio somos 1.200 parteras”, afirma.
En ese colectivo han promovido la creación de azoteas, una especie de patio o huerta donde siembran plantas medicinales y hortalizas, varias que llaman “plantas de poder” porque contribuyen a mitigar problemas de salud. No destruyen los ecosistemas y buscan crear brebajes naturales con el menor impacto posible.
“Venimos a Cali a hacer un llamado: que la partería sea reconocida como una práctica necesaria para el cuidado de la biodiversidad en el Pacífico colombiano; es una práctica tradicional que eleva los preceptos de las mayoras que desde hace siglos han coexistido en armonía y respeto con los animales y la flora”, comenta.
Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico  - ASOPARUPA

Preparación para el parto Foto:Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - ASOPARUPA

“El uso de los recursos naturales y los conocimientos de las mujeres negras para el cuidado de este tipo de momentos es fundamental. De alguna manera conservar el ciclo de la vida de los territorios étnicos. Estas mujeres, con azoteas y prácticas con cuidados de los ecosistemas se contrastas con actividades invasivas”, detalla Audrey Mena, subdirectora de Ilex, un grupo de abogadas que trabajan temas de defensa de los saberes tradicionales de las comunidades del Pacífico
                                                                         ***
A medida que aquel alumbramiento en Buenaventura avanzaba, Mamalinda se arrodilló al lado de la cama. Sus manos aceitosas por vaselina se movían con la experiencia de quien ha asistido cientos de nacimientos, susurrando oraciones que apenas se percibían por encima de las respiraciones entrecortadas de su primogénita.
La campana de Pinard descansó por un momento sobre el vientre tenso de su hija, mientras ella se concentraba en escuchar el latido rítmico y firme del bebé. La partera respiró profundo, como si esa certeza la reconfortara. Miró a Lizeth, que había logrado calmar a Isleany, y le hizo una señal con la cabeza. Todo estaba listo.
El sobrino observaba, cauteloso, como si esperara que en cualquier momento algo se saliera de control, pero Mamamilda no vacilaba. Le mostró cómo posicionarse, qué mirar, y qué esperar. Él no solo observaba un parto; estaba presenciando la resistencia de un conocimiento que sigue siendo vital en comunidades rurales y afrodescendientes como la de Buenaventura, donde, según el Dane, el 79 por ciento de los nacimientos en áreas rurales afrodescendientes y el 95 por ciento en comunidades indígenas aún son atendidos por parteras tradicionales.
Esta práctica ha ganado visibilidad y relevancia en los últimos años, en parte gracias a normativas como el Decreto 356 de 2017 y la Resolución 3676 de 2021, que reconocen el rol de las parteras en la certificación del hecho vital, permitiendo registrar nacimientos sin la intervención del sistema médico formal.
Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico  - ASOPARUPA

Materiales de trabajo para asistir el parto Foto:Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - ASOPARUPA

Para Mamamilda, el parto no era solo un proceso físico; era una danza ensayada donde el pasado, presente y futuro se tejían juntos en el vientre de su hija. La dedicación y cuidado que brindaba iban más allá de la técnica, y se materializaban en pequeños gestos que ofrecían consuelo y fuerza a las madres que, como Isleany, elegían confiar en la tradición y el conocimiento heredado de generaciones.
El sobrino, aunque fue reacio al comienzo, se encontró absorto en la forma en que su tía guiaba con voz suave pero firme, mientras las demás personas le sostenían la mano y le daban aliento. Él sabía que muchas madres en comunidades rurales enfrentaban barreras para registrar a sus hijos cuando nacían en casa con parteras, como lo establece el informe del Dane. 
El no reconocimiento oficial del trabajo de parteras creó durante años varios obstáculos para que los recién nacidos obtuvieran certificados de nacimiento, dejándolos fuera del sistema legal y social del país. Sin embargo, gracias a nuevas reglamentaciones, se ha comenzado a vislumbrar un cambio que respalda y legitima el trabajo ancestral de mujeres como Mamamilda.
Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico  - ASOPARUPA

Materiales de trabajo para asistir el parto Foto:Cortesía: Asociación de Parteras Unidas del Pacífico - ASOPARUPA

El parto terminó sin complicaciones, y cuando Mamamilda sostuvo al recién nacido en sus brazos, sus ojos brillaron con orgullo y alivio. El pequeño lloró por primera vez bajo la tenue luz, un sonido que resonaba como una promesa de vida, un eco de resistencia y esperanza. Con cada nuevo nacimiento que asistía, ella reafirmaba la importancia de una práctica que, aunque muchas veces relegada, ha demostrado ser crucial en el cuidado de la vida y la preservación de la identidad cultural. 
A pesar de los avances, la partería sigue enfrentando desafíos que reflejan profundas desigualdades sociales y culturales. Aún hay mucho por hacer para integrar estas prácticas dentro de un sistema de salud que, como dicen las mujeres, debería aprender a ver la riqueza en la diversidad, y a reconocer que “parir con el corazón es, muchas veces, la única opción”.
DEYNER CAICEDO CAMACHO Y DAVID ALEJANDRO LÓPEZ BERMÚDEZ
Enviados especiales de EL TIEMPO
Cali

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