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Análisis
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COP16: ¿cómo la bioeconomía podría ser clave para garantizar la seguridad alimentaria?
El mundo espera un mayor liderazgo de América Latina en este asunto. Colombia, con su vasta biodiversidad, tendría un papel crucial en la lucha contra el hambre.
Un ejemplo de producción agrícola sostenible en Colombia es el cacao, que en lugar de generar deforestación, la previene. Foto: EFE/Archivo EL TIEMPO
La COP16 que se realizará en Cali es una oportunidad para discutir la interconexión entre biodiversidad y seguridad alimentaria.
Según datos del Instituto Humboldt, el país alberga entre 200.000 y 900.000 especies, y el Sistema de Información sobre Biodiversidad de Colombia (SiB) registra 79.831 especies. Estas cifras lo posicionan como el segundo país de la región con mayor biodiversidad, solo superado por Brasil, que es siete veces más grande en extensión.
El profesor Juan Armando Sánchez, miembro de la Misión de Sabios (2019) y profesor del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, lo explica de esta forma: “Esta riqueza biológica se traduce en una densidad de especies por kilómetro cuadrado que supera a la de cualquier otro país. Entre estas se encuentran alrededor de 4.000 especies de plantas comestibles, una cifra que destaca la potencialidad del país para aportar a la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible”.
La conservación de los ecosistemas no es solo una cuestión ambiental, sino también una necesidad económica y social
El profesor Sánchez señala que “el desarrollo de la acuicultura con especies nativas de agua dulce, por ejemplo, podría ser una industria prometedora. La diversificación de la dieta con plantas comestibles subutilizadas no solo mejoraría la seguridad alimentaria, sino también la salud humana al promover una nutrición más variada y orgánica”.
Ahora bien, según el reciente informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2024, el planeta está lejos de alcanzar el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), ‘hambre cero’, para 2030. Este documento no solo expone que el mundo ha retrocedido 15 años, con niveles de subalimentación comparables a los de 2008-2009, sino que también subraya la necesidad de un enfoque multifacético que incluya la transformación y el fortalecimiento de los sistemas agroalimentarios, el abordaje de las desigualdades y la garantía de una alimentación saludable asequible y accesible para todos.
Felipe Roa-Clavijo, profesor de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo, asegura que el panorama es alarmante: “En 2023 hubo 757 millones de personas en situación de hambre, un escenario preocupante porque por tercer año consecutivo no se han mejorado de forma significativa los porcentajes”.
A pesar de esto, en América Latina y el Caribe el panorama es un poco más alentador, ya que la inseguridad alimentaria moderada pasó de 31,4 por ciento a 28,2 por ciento y la severa pasó de 11 por ciento a 8,7 por ciento. Roa-Clavijo considera que “esta disminución leve hace que el mundo espere aún más liderazgo de América Latina”.
Lucha contra el hambre
Colombia, con su amplia biodiversidad y su potencial en el ámbito de la seguridad alimentaria, tiene un papel crucial que desempeñar en ese sentido. ¿Cómo puede el país liderar iniciativas sostenibles y coordinadas que aprovechen la riqueza natural para contribuir a la erradicación de este problema?
Los diversos ecosistemas, como bosques, páramos y humedales, actúan como reguladores naturales del ciclo del agua, asegurando un suministro constante y de calidad. Por esta razón, proteger la biodiversidad que albergan es fundamental para la seguridad hídrica.
El Parque Chingaza es fundamental para el suministro de agua de Bogotá. Foto:Alejandro Zapata
La deforestación y la degradación de los páramos ponen en riesgo el suministro de agua, esencial no solo para el consumo humano, sino también para la agricultura y la generación de energía hidroeléctrica, que constituye una parte significativa de la matriz energética del país. Así, la conservación de los ecosistemas no es solo una cuestión ambiental, sino también una necesidad económica y social.
El profesor Sánchez dice que no hay ninguna empresa que esté desligada de la naturaleza: “La huella hídrica y la dependencia de la biodiversidad son aspectos cruciales que deben ser considerados por todas las industrias. En países como Estados Unidos, las empresas que cotizan en la Bolsa de Valores de Nueva York deben realizar estudios sobre su dependencia de la biodiversidad, lo que podría ser un modelo por seguir para Colombia”.
La bioeconomía se basa en el uso de recursos biológicos renovables para producir alimentos, energía y productos industriales de manera sostenible. Este enfoque no solo promueve la conservación, sino que impulsa el desarrollo económico y social.
El aire que respiramos está en equilibrio químico gracias a los ecosistemas
Germán Ignacio Andrade, asesor sénior del Instituto Humboldt, destaca que la biodiversidad es fundamental para el desarrollo del país: “El aire que respiramos está en equilibrio químico gracias a los ecosistemas. Toda la comida, sin excepción, proviene de los procesos de la naturaleza. Hasta la flora intestinal hace parte de la biodiversidad”.
Andrade, sin embargo, también advierte que la biodiversidad del país se está deteriorando. “En Colombia, la variedad de la vida en todos sus niveles (genes, especies, ecosistemas, culturas) es superlativa. La incorporación de la biodiversidad en el desarrollo del país es la frontera más importante que tenemos hacia adelante. Pero la biodiversidad está desapareciendo”, asegura.
Desde el Instituto Humboldt la estrategia de bioeconomía parte de tres principios fundamentales para que sea sostenible: primero, es esencial reconocer la diversidad regional, ya que las particularidades ambientales, sociales y económicas cambian significativamente de una región a otra. En segundo lugar, es necesario pasar de una perspectiva centrada únicamente en la conservación a una que integre el uso sostenible de la biodiversidad como un componente clave de la competitividad territorial. Por último, la biodiversidad debe generar valor para los actores locales; si alguien depende económicamente de la biodiversidad, será el primero en interesarse en su conservación.
Este modelo plantea tres desafíos fundamentales:
El reto pedagógico de desarrollar una apropiación social del conocimiento sobre el valor de la biodiversidad que permita enriquecer y tomar decisiones asertivas.
Es necesario disminuir las brechas y barreras que desincentivan a los emprendedores a desarrollar negocios basados en la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
Deben existir flujos de caja favorables, sobre todo para comunidades locales. Instrumentos como los Pagos por Servicios Ambientales (PSA) y bonos de biodiversidad ayudan a equilibrar el negocio, que inicialmente es deficitario.
Para Juan Armando Sánchez hay que enfatizar en el último punto, sobre todo en el apoyo estatal. “Las iniciativas para promover el desarrollo de nuevos productos, tratamientos y alimentos con valor agregado requieren subsidios y apoyo gubernamental para impulsar proyectos de largo plazo”, dice.
Felipe Roa-Clavijo resalta la importancia de la financiación, tanto pública como privada, nacional e internacional, para “fortalecer todos los esfuerzos en la lucha contra el hambre, el a los alimentos y la transformación general de los sistemas agroalimentarios. Que se pueda producir de una manera sostenible y que las personas accedan a dietas que les permitan llevar una vida saludable”.
Los expertos concluyen que para implementar un modelo de economía sostenible en Colombia es esencial promover la investigación y el desarrollo en biotecnología y garantizar apoyo financiero para iniciativas bioeconómicas que ayuden a garantizar la seguridad alimentaria para toda la población.
LORENA RENDÓN TORRES - Periodista Universidad de Los Andes