En un rincón del vasto cinturón de asteroides que se extiende entre Marte y Júpiter, un pequeño fragmento de roca espacial lleva un nombre inolvidable en la historia de la astronomía, el asteroide Comas Solá.
Su nombre hace homenaje a José Comas y Solá, un astrónomo español que dejó su huella en el estudio del cielo y en la divulgación científica en el mundo hispanohablante.
La pasión de Comas y Solá por la astronomía nació de un evento celeste inesperado. En 1883, y con apenas 15 años, la caída de un meteorito cerca de su natal Barcelona encendió la curiosidad científica del joven.
Fascinado por aquel pedazo de roca extraterrestre, comenzó a estudiar el universo con tal devoción que, siendo aún un adolescente, ya publicaba artículos sobre astronomía. Este temprano interés lo llevó a estudiar física y matemáticas en la Universidad de Barcelona, donde su vínculo con los telescopios se convirtió en algo inseparable.
A finales del siglo XIX, la fiebre marciana se apoderó de la comunidad astronómica. El destacado astrónomo norteamericano Percival Lowell había popularizado la idea de la existencia de una red de canales supuestamente construida por una civilización marciana, tras unas observaciones donde se veían líneas oscuras recorriendo el planeta rojo.
Sin embargo, Comas y Solá, aún joven, tuvo la valentía de oponerse a esta corriente dominante. Observando Marte con su telescopio, demostró que los presuntos canales no eran más que ilusiones ópticas.
Otra de sus observaciones históricas fue el oscurecimiento del borde de Titán, luna de Saturno, lo que indicaba la presencia de una atmósfera activa, un hallazgo que sería confirmado décadas después con técnicas más avanzadas.
La meticulosidad, una gran capacidad técnica para el uso de instrumentación astronómica y rigor científico, lo posicionaron como una figura destacada en la astronomía de la época. Sus principales contribuciones científicas las hizo como director del Observatorio Fabra en Barcelona, cargo que mantuvo desde su inauguración en 1904 hasta su muerte en 1937. Allí desarrolló técnicas innovadoras para fotografiar eclipses, siendo el primero en grabar en cine la cromosfera solar –solo visible durante este fenómeno–, descubrió hasta doce asteroides y dos cometas, y estudió muchos otros astros.
Comas y Solá no solo sobresalió como astrónomo, sino también como un divulgador excepcional, que sigue siendo inspiración para muchos de los que dedican esfuerzos a investigar y comunicar las maravillas del cosmos.
Desde su casa, a la que llamó Villa Urania en homenaje a la musa de la astronomía en la mitología griega, donde construyó un observatorio privado, organizaba recorridos y charlas para el público.
Su gran entusiasmo por compartir todo ese conocimiento lo llevó a fundar la Sociedad Astronómica de España y a escribir prolíficamente en libros, revistas y periódicos. Es famosa su columna quincenal en el periódico español La Vanguardia, que mantuvo desde 1893 hasta su último suspiro. El legado de José Comas y Solá trasciende su época, estableciendo un vínculo duradero entre la exploración del cosmos y la sociedad. Además de dar nombre al asteroide 1655 Comas Sola, su memoria perdura en el cráter Comas Sola en Marte, de 127 kilómetros de diámetro.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional