Si la percepción de inseguridad ‘en el mundo real’ está en uno de sus peores momentos, la de ciberseguridad está aún más grave: la cantidad de estafas, ataques, engaños y extorsiones que semanalmente aparecen y de víctimas cercanas que vemos da cuenta de una problemática sin freno.
Solo en mi caso personal, tuve seis llamadas de personas conocidas que pedían ayuda para recuperar algún perfil social (dos de ellas, que les usurparon su WhatsApp); fui testigo de tres intentos de estafa, y otra amiga contó cómo a su esposo casi lo timan con la videollamada sexual.
¿Qué está pasando? Los cibercriminales andan desatados. Y las autoridades, pasivas. Estamos viviendo el más desolador de los escenarios, en modo reactivo, sin una gran política pública nacional contra el cibercrimen, y con millones de personas y empresas a merced de una gran industria delictiva digital, esa sí organizada, bien ‘armada’ desde lo tecnológico y altamente eficiente para robar, amenazar y extorsionar.
Según cifras de Fortinet, en Colombia el año pasado se detectaron 20.000 millones de intentos de ataques digitales. Muchos no consumados. Otros sí, sin que sepamos cuántos ni qué información se llevaron.
Y es que precisamente luego de esos hackeos los cibercriminales se han hecho con bases de datos de millones de personas en el país con sus números de teléfono, cédulas, correos, direcciones físicas y otros datos relevantes como dónde tienen su cuenta bancaria, cantidad de hijos, dónde trabajan, qué cosas poseen, etc., con los que luego sobrevienen estas avalanchas de ataques, de correos y chat engañosos, que ya vienen perfilados y listos para lograr contraseñas o hacerse con perfiles y correos para estafar.
La semana previa vivimos el
ataque a clientes de 4-72:
los bandidos tenían evidentemente a la base de datos de personas que estaban esperando una encomienda, a quienes enviaron un mensaje de texto alertando de un supuesto impago de impuestos y pedían, cómo no, hacerlo en línea “por comodidad”. O les pedían reconfirmar su dirección. Robaron a decenas.
Luego está la extorsión con videollamada por WhatsApp: la víctima la recibe de un ‘número desconocido’ y cuando contesta aparece en pantalla su cara y al lado una escena de sexo explícito.
Los criminales toman un pantallazo en esos milisegundos y con ello extorsionan a la víctima con la amenaza de enviarles dicha captura a conocidos y familiares tildando a la persona de alguna depravación sexual.
Claramente, la seguridad digital arranca en uno mismo. Es verdad. Pero mejor si se está informado y entrenado, si hay una campaña pedagógica del Estado, con un sistema de acompañamiento y ayuda, reforzado con un mayor y mejor equipo humano y técnico policial, judicial, acorde con el inmenso fenómeno de cibercrimen que agobia al país.
Y no lo tenemos. Ni lo tendremos pronto, mientras sigan las discusiones políticas para la creación de la Agencia de Ciberseguridad, por ejemplo; mientras en empresas, colegios y universidades no se eduque a la gente, y mientras en las agendas de Defensa, Policía y Fuerzas Militares este no sea un tema de primera línea.
JOSÉ CARLOS GARCÍA R.
Editor Multimedia
En Twitter: @JoseCarlosTecno