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Los niños que le pusieron el brazo a una pandemia
Hace 216 años también llegó la vacuna contra la viruela y los niños fueron su medio de transporte.
El investigador británico Edward Jenner, llamado ‘padre de la inmunología’ por sus investigaciones sobre la vacuna para la viruela, en los siglos XVIII y XIX. Foto: Foto: Archivo particular
Doscientos dieciséis años antes del arribo de las vacunas contra el Sars-CoV-2 al aeropuerto El Dorado de Bogotá, dos siglos y pico antes de que el presidente Iván Duque y varios de su gabinete recibieran el envío haciendo una ‘v’ de la victoria con sus dedos, el virrey Antonio José Amar y Borbón tendió un tapete rojo de similares proporciones para darle la bienvenida a la vacuna contra la viruela.
Aquella enfermedad, que llenaba de protuberancias la piel y de muertos los cementerios, había causado cinco grandes epidemias en la capital del virreinato desde 1566.
Así que, al enterarse de la proximidad de los expedicionarios que traían el fluido vacuno capaz de prevenirla, el representante de Su Majestad expidió un bando para comunicar la buena nueva a los ciudadanos, y desde el púlpito los párrocos recomendaron a los feligreses inmunizarse contra el mal y exaltaron la personalidad de esos hombres valerosos que, desde España, habían emprendido la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
El descubrimiento de la vacuna –en singular, porque a la sazón solo había una– era una cosa reciente. En 1796, Edward Jenner había advertido que las personas que se contagiaban de la viruela bovina no solo no morían, sino que quedaban protegidas contra la mortífera viruela humana.
Preocupado por los estragos que la enfermedad causaba al otro lado del Atlántico –especialmente en Santafé y Perú–, el rey Carlos IV aceptó que fuera organizada una campaña que se ocupara de diseminar la vacuna entre sus súbditos del Nuevo Mundo.
Bajo el mando de Francisco Javier Balmis, médico de la Real Cámara, la expedición partió del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803. Las dosis que transportaba no iban en neveras, refrigeradores ni congeladores. Iban en el brazo de 22 niños huérfanos que promediaban los tres años de edad, utilizados como “reservorios humanos del fluido vacuno para difundir y perpetuar el preservativo contra las viruelas”.
A su cuidado, Isabel Sendales y Gómez, rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, mujer que, como anotan José Tuells y Susana Ramírez en el libro Balmis et variola, puede ser considerada “la primera enfermera de la historia de la medicina hispana”.
La técnica para transportar y preservar la vacuna fue sencilla: el pus originalmente obtenido de vacas era introducido con una lanceta en el brazo de dos niños. Allí permanecía activo entre nueve y diez días. Antes de que perdiera su frescura, era tomado del par de menores e introducido en el de otro par.
Y así sucesivamente, brazo a brazo, hasta América, donde la Real Expedición Filantrópica se dividió en dos. Una rama, liderada por Balmis, se enrumbó desde Caracas a Cuba yMéxico con los 22 niños –allá hicieron sus vidas–, y luego, con 26 niños mexicanos, continuó hasta Filipinas y China. El 7 de septiembre de 1806, el médico de la Real Cámara estaría besando las manos del rey en Madrid. Fue el único expedicionario que volvió a casa.
La otra rama fue liderada por el subdirector de la expedición, José Salvany y Lleopart, que zarpó desde La Guaira (Venezuela) el 8 de mayo de 1804 con un ayudante, un practicante, un enfermero y cuatro nuevos niños-reservorios rumbo a Cartagena, y desde allí hasta el extremo sur del continente.
Proyecto que no se hundió
La primera campaña de vacunación de envergadura nacional en el actual suelo colombiano comienza pasados cuatro minutos de la medianoche del 13 de mayo de 1804, cuando el bergantín San Luis, en el que se transportaban los expedicionarios, encalló en la desembocadura del río Magdalena. No murieron gracias a la ayuda de los naturales y de una embarcación corsaria.
Finalmente, como comentaría el virrey Amar en su correspondencia, “desembarcaron precipitadamente en una playa desierta a barlovento de Cartagena” y se refugiaron en una choza de indígenas. Allí mismo, pese a haber perdido buena parte de los instrumentos, comenzaron las vacunaciones.
Para retomar la ruta prevista, los expedicionarios tuvieron que atravesar por el desierto hacia la ciénaga de Santa Marta, y desde allí continuaron hacia Cartagena.
La Real Expedición no solo tenía como objetivo vacunar a la población, sino dejar las capacidades para que, en lo sucesivo, los lugareños lo siguieran haciendo por sus propios medios. Para cumplirlo, Balmis había ideado una nueva institución: las juntas de vacuna –un anticipo de los puestos de vacunación actuales–, que tenían que velar por el despliegue oportuno de la vacunación en un territorio determinado, preservar el fluido en buenas condiciones y propiciar un ambiente favorable a la inmunización.
El 24 de julio de 1804, la expedición partió hacia Santafé (hoy Bogotá). Diez niños llevarían en esta oportunidad el pus fresco en sus brazos. Remontaron el río Magdalena. Pasaron por Soledad, Tenerife y Mompox. En Ocaña, una parte del grupo se desvió hacia el oriente y cubrió las poblaciones de Cúcuta, Pamplona, Girón, San Gil, Socorro, Vélez y Tunja.
La otra parte del grupo siguió por el Magdalena, inmunizando a la población de las riberas. En Nare, la expedición fue recibida por un grupo de hombres y dos muchachos que recibirían el fluido vacuno en sus brazos y lo transportarían a Medellín. Desde Honda, la expedición cubrió Mariquita, Guaduas y las poblaciones aledañas. Salvany enfermó en esa región y perdió un ojo. Finalmente arribaron a Santafé el 17 de diciembre de 1804.
Su majestad la vacuna
La vacuna encontró un ambiente favorable al llegar a la capital. Aparte de los anuncios sobre su llegada y la promoción que se hacía desde las iglesias, el virrey ofreció una sala del hospital San Juan de Dios para llevar a cabo las inmunizaciones. Sin embargo, Salvany rechazó la propuesta: uno de los principios de la campaña era que las vacunas no fueran relacionadas con las ideas de enfermedad y muerte que proyectaban los hospitales.
El 8 de marzo de 1805, la expedición continuó su camino hacia el sur. Poco después de su partida, la Imprenta Real publicó el ‘Reglamento para la conservación de la vacuna en el virreinato de Santafé’, en el que se disponía lo necesario “para mantener fresco y en vigor el fluido vacuno, conservando perpetuamente este inestimable remedio en beneficio de las personas que sin haber padecido las viruelas no se hayan vacunado aún, y en las generaciones venideras no menos atendidas que las presentes por la ternura y paternales cuidados de Su Majestad”.
El ‘Reglamento para la conservación de la vacuna en el vireynato de Santafé’ es de los primeros instrumentos para el manejo de la higiene pública. Foto:Foto: Archivo particular
Como recuerda el historiador Hugo Sotomayor, “gracias al éxito de la vacunación logrado por Salvany en la costa y a lo largo del bajo Magdalena, Antioquia, Santanderes y Santafé, se creó en la capital del virreinato la primera organización gubernamental con un cometido sanitario: la Junta Principal de Vacuna, bajo el auspicio del virrey Antonio Amar y Borbón”.
La expedición siguió hacia poblaciones que hoy conforman los departamentos de Tolima, Huila, Valle, Cauca, Nariño y Chocó. Más de un año permaneció en lo que es el actual territorio colombiano. Salvany murió en Cochabamba (Bolivia) el 21 de julio de 1810, y los demás expedicionarios continuaron las vacunaciones hasta alcanzar el sur de Chile. En enero de 1812 dieron por concluida su labor.
Una huella profunda
Muchos hitos de la salud pública quedaron marcados con esa gesta: primera campaña de vacunación de aspiraciones globales, mayor hazaña médica de la Colonia, inicio de la institucionalización de la salud pública en Colombia…
Las guerras que vinieron después frenaron el proceso. El preciado pus vacuno se perdió en un par de ocasiones durante el siglo XIX, hasta cuando, en 1897, el ingenio del veterinario Jorge Lleras Parra hizo posible que Colombia adquiriera la capacidad de producir su propia vacuna antivariólica. Pasaría casi un siglo para que finalmente, en 1979, se declarara oficialmente la erradicación de la enfermedad en el país.
Paradojas de la vida, a la viruela se le despidió con orgullo y algo de nostalgia. Víctima de su propio éxito, el laboratorio del Instituto Nacional de Salud donde había sido producida la vacuna cerraba sus puertas para siempre. Habrá que esperar unos meses para saber si, así como hubo semejanzas en las celebraciones para dar la bienvenida a las vacunas contra la viruela y el covid-19, también habrá semejanzas en los adioses a las epidemias.
CARLOS DÁGUER
Especial para El Tiempo
*Director del Comité de Aseguramiento en Salud de la Andi. Este artículo es una adaptación del capítulo ‘Guardianes del fuego’, publicado en su libro ‘Vigilantes de la salud’.