Un día de septiembre de 1965, con un trasteo de cajas que contenían unos raros aparatos retorcidos que al principio espantaban a las mujeres que escuchaban para qué servían, el ginecólogo Fernando Tamayo Ogliastri dio inicio a lo que hoy se conoce como Profamilia y es el principal legado de este bogotano, fallecido el viernes pasado, a los 95 años de edad.
Los empaques contenían los primeros dispositivos intrauterinos que llegaron a Colombia, traídos por este médico, considerado el pionero de la anticoncepción en el país.
Su amigo por décadas y actual director científico de Profamilia, Juan Carlos Vargas, testifica acerca de las batallas que libró Tamayo para convencer a una sociedad que veía como “un pecado” la posibilidad de controlar la natalidad.
“Lo conocí en años difíciles, en la época en que la Iglesia católica hacía énfasis en que los métodos anticonceptivos tenían que ser prohibidos. Fueron años muy duros para él”.
Para ese momento, según recuerda el ministro de Salud,
Alejandro Gaviria, la tasa de fecundidad era de 7 hijos por mujer, y la persistencia de Tamayo logró bajarla a 2,5 a finales del siglo. “Le tocó luchar contra muchos prejuicios, pero valió la pena. Colombia tuvo una transición demográfica espectacular y entró a la modernidad”, dijo Gaviria.
Le tocó luchar contra muchos prejuicios, pero valió la pena. Colombia tuvo una transición demográfica espectacular y entró a la modernidad
Tamayo llegó de Boston tras concluir estudios especializados en ginecología y patología en los años 60, cuando en el mundo se produjo el boom de la planificación. Se había hecho médico general en la Universidad Nacional, entre 1940 y 1945, donde presenció la lucha de las primeras generaciones de mujeres por ganarse un espacio en las facultades de medicina. Incluso su esposa, Elisa Garcés Garcés, con quien tuvo cinco hijos, fue una de las víctimas de esa discriminación.
La conoció mientras él hacía su año de internado en el hospital San José de Bogotá, en donde ella se empleó como ayudante de laboratorio, porque se resistía a no poder estudiar bacteriología por el hecho de ser mujer.
Por esta vivencia con la población femenina y por haber nacido en el seno de una familia privilegiada, de la crema y nata de Bogotá, Tamayo definió su norte con su profesión y con Profamilia. Pagó lo que él llamó su “impuesto moral”, que no era otra cosa que poner su sapiencia médica al servicio de la gente menos favorecida.
“Viajó a Estados Unidos y consiguió una donación de 500 dispositivos intrauterinos. Abrió una consulta solo para mujeres de escasos recursos. Empieza a poner estos aparatos en jornadas especiales que atendía en las tardes de los miércoles”.
Viajó a Estados Unidos y consiguió una donación de 500 dispositivos intrauterinos. Abrió una consulta solo para mujeres de escasos recursos
El beneficio se regó como pólvora. Las mujeres llegaban de todos lados y la consulta que en ese entonces atendía Tamayo en un lujoso centro de médicos montado con varios especialistas se recargaba a favor de su consultorio. Ruborizado con sus colegas, empezó a acariciar la idea de un lugar más grande, pensando ya en Profamilia.
Intentó alquilar una casa, pero la primera que le gustó se la negaron cuando la dueña supo que allí funcionaría un centro de planificación familiar.
Finalmente consiguió otra casa en la calle 34 del centro de Bogotá, donde hoy está la clínica femenina. “Ahí es cuando Profamilia se dispara, con los servicios a la comunidad”, recuerda Vargas.
Su amistad entrañable con Virgilio Barco, que ganó la presidencia de la República en 1986, fue clave para impulsar el tema que Tamayo convirtió en su bandera. “Barco fue su vecino y amigo. Cuando ganó la presidencia, lo dejó en libertad de actuar. El Estado no promovía el control natal, pero tampoco lo obstruía. Fue la forma como el doctor Tamayo pudo empujar a Profamilia”, señaló Vargas.
El apellido Tamayo está ligado a la anticoncepción con píldoras, a la importación y enseñanza del uso del condón. En los años 70 promovió los primeros procedimientos: la vasectomía, en 1971, y la ligadura de trompas, en 1973.
Así, después de años de batallar contra la sociedad en pos de hacer valer sus ideales en defensa del derecho de la mujer a su libre reproducción, finalmente fue reconocido. Profamilia recibió el premio mundial de población de Naciones Unidas, entre otras preseas.
EL TIEMPO