El miércoles 24 de abril de 1991, un par de periodistas de El Espectador, el poeta Julio Daniel Chaparro Hurtado y el reportero gráfico Jorge Torres Navas, fueron asesinados por sicarios. Chaparro y Torres estaban en Segovia, Antioquia, para contar la vida después de la masacre paramilitar de 1988. Y el resultado, en un país que no ha superado los riesgos para el ejercicio del periodismo, no solo fue ese crimen demencial, sino la incapacidad del Estado a la hora de darles a las familias de las dos víctimas el consuelo de la justicia. Solo el miércoles pasado, en una ceremonia estremecedora, Colombia asumió la responsabilidad por los asesinatos y por la impunidad que vino después. El acto se realizó a instancias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y con el acompañamiento de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
El boyacense Chaparro, que había publicado un poemario, tenía 29 años cuando lo mataron. El bogotano Torres, que había ganado el premio Planeta por su mirada de la violencia colombiana, acababa de cumplir 39. Sus cuerpos, despojados de casetes y de rollos fotográficos, estuvieron tres horas tirados en la mitad de la calle de la Reina. Se dijo que habían sido los 'paras'. Se sospechó que habían sido guerrilleros de las Farc y luego surgió la versión de que fue el Eln. Pero no hay ninguna sentencia judicial concluyente. Después de las condolencias, vinieron las promesas de las autoridades. Pero apenas ahora se les reconoció a sus familiares que el Estado lleva décadas fallando a la hora de determinar lo que pasó.
El hijo de Chaparro, Daniel, participó en la ceremonia con un texto conmovedor en el que hace ver lo extraviada que vive la justicia, pero también lo grave que sigue siendo el asesinato de esos reporteros: "La verdad y la memoria son un camino largo", dijo. Diana y Janet, hijas de Torres, hablaron con el corazón en la mano sobre impedir el olvido. Quedó claro al final que la historia no puede quedar en manos de los familiares –la justicia debe contársela al país–, pero que es hora de agradecerles su amor inquebrantable.