Hace cientos de años, entre el siglo VI y el siglo XVI, vivió una historia entera –en las faldas de la Sierra Nevada y en su lengua– un grupo indígena que no solo sigue en pie, sino que continúa enriqueciendo nuestra experiencia en el mundo: la cultura tairona. Tuvo luego que enfrentar el desembarco de los colonizadores españoles, y a veces consiguió convivir con ellos y a veces tuvo que encararlos a muerte. El 29 de julio de 1525, en el camino de la Sierra al mar Caribe, Rodrigo de Bastidas declaró fundada la ciudad de Santa Marta y empezó una nueva historia que está a punto de cumplir quinientos años.
Santa Marta es la ciudad más antigua de Colombia. Se prepara para festejarlo. Y el ministro de las Culturas, Juan David Correa, ha reabierto un viejo debate que tuvo su clímax durante el quinto centenario de la llegada de las tres carabelas: “Para nosotros lo que va a ocurrir el próximo año no es una celebración”, ha dicho el ministro, “para nosotros lo que entró por Santa Marta no fue la civilización”. Los líderes de la ciudad han declarado su decepción. Y una vez más ha quedado sobre la mesa la pregunta de si debe hablarse de celebración o de conmemoración.
Ninguna discusión sobre la Historia de Colombia es inútil. Pero, teniendo en cuenta que esta cumple décadas sin ninguna necesidad de ser resuelta, que ha sido zanjada varias veces con el concepto de “encuentro de dos mundos”, que recuerda los pulsos maniqueos e ideologizados de otros años, y se vuelve desigual y enrarecida cuando se propone desde el Estado, quizás valga la pena concentrarse en un hecho verificable y digno de ser notado: que, con sus glorias y sus miserias, Santa Marta está a punto de cumplir quinientos años.
Ha dicho el Gobierno Nacional, convencido del valor del turismo, que trabajará hombro a hombro con la Alcaldía para que se siga contando esa historia. Será una buena oportunidad para reconocer lo nuestro.