Tras haber sido reportado como desaparecido, el lunes pasado las autoridades hallaron en zona boscosa del sector de La Rejoya, en Popayán, el cadáver del líder indígena Jesús Antonio Montano, perteneciente al pueblo misak. Vivía en esta zona luego de tener que abandonar el territorio de su comunidad por amenazas.
De 53 años, Montano venía recibiendo de tiempo atrás estas intimidaciones cuyo origen eran, al parecer, las disidencias de las Farc. A estos grupos les incomodaba su valiente trabajo enfocado en la prevención del reclutamiento forzado de niños y jóvenes, crimen de estas organizaciones que es un verdadero azote para las comunidades del Cauca. También había denunciado hace unos años la alianza de algunos militares con de la mafia y más recientemente, tras su apoyo a la campaña de Federico Gutiérrez, se había referido a presiones de las disidencias sobre los electores.
Con Montano, ya serían cuatro los líderes asesinados en Cauca y Valle en los últimos cinco días. Su nombre se suma a los de José Ernesto Cuetia, indígena del cabildo de Miranda; Clara Isabel Samudio, lideresa de Mercaderes, Cauca, y Julio César Ojeda, líder sindical de Restrepo, Valle.
El origen diverso en términos de militancias y causas de estas valiosas personas asesinadas deja de nuevo muy claro –y por desgracia– el mensaje de que las organizaciones armadas que se disputan el control territorial no parecen dispuestas a aceptar ningún tipo de organización de la ciudadanía para contrarrestar su actuar criminal.
Lo único que les conviene a estos grupos, y es lo que buscan, es que se mantenga un estado de cosas determinado por el miedo y la desconfianza, que llevan a la falta de cohesión social en un círculo vicioso en el que estos factores son consecuencia y a la vez caldo de cultivo ideal para su actuar delictivo.
Nunca serán suficientes los llamados a actuar para que defender la vida contra quienes se lucran de maquinarias de muerte deje de significar una casi segura condena.
EDITORIAL