Algo muy importante está sucediendo en el fútbol femenino de Colombia. A los buenos resultados de ciertos clubes que han disputado un par de veces la Copa Libertadores de América en los últimos dos años, y a las exitosas participaciones de la selección nacional en competencias como la Copa Mundial, la Copa América y los Juegos Olímpicos, habría que sumarles ahora el éxito tanto del equipo prejuvenil como del sub-20 en el camino a la clasificación a los mundiales de India y de Costa Rica.
No se trata, precisamente, del fruto de un apoyo sostenido, serio, planeado, puesto en marcha por la siempre debatida dirigencia del fútbol colombiano: los años de pandemia, duros para tantos deportistas, sí que fueron difíciles, exigentes para nuestras jugadoras, pues algunos clubes empezaron sus recortes de gastos por sus equipos femeninos. Si estas dos selecciones del país han conseguido ir a ese par de mundiales es porque en estos últimos tiempos –una generación después del primer partido del primer torneo del fútbol femenino profesional– las nuevas futbolistas ya tienen ídolos del pasado y siguen haciendo todo lo que está a su alcance para hacer parte de un gran equipo y ganar.
Es inevitable reconocer el gran trabajo del entrenador de las dos selecciones, Carlos Paniagua, que acaban de clasificar a ese par de mundiales. No es la primera vez que Colombia participa en el torneo juvenil. En efecto, atravesamos, una vez más, uno de esos buenos momentos que deben ser aprovechados al máximo. Y estos resultados sorprendentes e importantes invitan a imaginar no solo un proceso serio que siga consolidando y encontrando apoyo para las futbolistas nacionales, sino una magnífica presentación de la Selección de mayores.
No ha sido una buena época para la selección colombiana de hombres, que nos dio tantas alegrías en la década pasada. Que nuestras futbolistas estén haciendo un trabajo tan serio es una poderosa razón para recobrar la esperanza.
EDITORIAL