A escasos cuatro días de acudir a las urnas, resulta más bien pobre el balance de las iniciativas expuestas por los aspirantes al Congreso y por los precandidatos presidenciales. Aunque algunos hicieron propuestas interesantes, también es verdad que ciertos candidatos aprovecharon su notoriedad y su cuarto de hora de fama para echarles agua sucia a sus adversarios, convirtiendo esta campaña en un escenario de ataques personales, en el cual las ideas brillaron por su ausencia.
Descalificaciones y burlas iban y venían desde las diferentes orillas ideológicas, en un debate en el que la frivolidad y los mensajes vacíos –muchos, incluso, impregnados de mal gusto y ramplonería– se tomaron los espacios que debieron haberse dedicado a la confrontación de ideas y al contraste de opiniones sobre temas de fondo como la situación económica, la crisis social o el deterioro de la seguridad.
En medio de anuncios repletos de superficialidad, algunos candidatos –tanto veteranos como principiantes– han acudido al estribillo de la “salvación”, con el propósito de venderse o presentarse como enviados del más allá para conseguirse los votos del más acá.
Otros, en una especie de jugadita “gatopardiana”, han echado mano de consignas en las que abogan por un “cambio”, pero sin detenerse a profundizar en qué consiste ni para qué sirve; como si el simple hecho de cambiar significara una evolución. ¿Cambiar qué?, se podría preguntar uno. ¿Cambiar jóvenes por viejos? ¿Cambiar las reglas? ¿Cambiar los nombres de las cosas? ¿Cambiar las instituciones? ¿Cambiar de costumbres?
No se trata de votar para ponerlo todo patas arriba, sino para elegir bien a aquellos dirigentes que van a ser nuestra voz en el Congreso.
La historia nos ha demostrado que el cambio por el cambio no sólo no garantiza ningún avance, sino que puede ser la antesala de grandes frustraciones. Todos hemos sido testigos de lo que ha ocurrido, por ejemplo, con varios de los peores escándalos de corrupción conocidos en años y meses recientes en el congreso de la República, y que han sido protagonizados por caras nuevas, que, en vez de llegar a airear la política, se han dedicado a contaminarla.
Y si por el legislativo llueve, por los lados del ejecutivo no escampa, tal y como lo estamos comprobando cuatro años más tarde, luego de la equivocación cometida en las elecciones de 2018, cuando muchos creyeron que por el simple hecho de tener un presidente joven el país iba a dar un salto automático hacia la modernización, la prosperidad y la seguridad, promesas que se quedaron en el papel.
De ahí la importancia de las elecciones de este domingo. No se trata de votar para ponerlo todo patas arriba, sino para elegir bien a aquellos dirigentes que van a ser nuestra voz en el capitolio nacional, cuando se discutan las reformas que el país necesita para salir del bache en el que nos encontramos.
Por fortuna, en medio de tantos disparates y salidas en falso, hay opciones muy variadas e interesantes de personas que han preparado sus programas con seriedad y que pueden desempeñar un buen rol en los debates parlamentarios.
Más allá de los resultados de las encuestas, lo recomendable es informarse bien antes de ir a marcar el tarjetón. No hay que dejarse arrastrar por los mensajes de las redes sociales, sobre todo aquellos de WhatsApp, plataforma que por esta época se convierte en una de las principales fuentes de desinformación.
En pocas palabras, vote a conciencia; así correrá menos riesgo de arrepentirse.
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Colofón. La reunión de los enviados de Joe Biden con Nicolás Maduro, en vísperas del viaje de Iván Duque a Washington, debió caerle como una pedrada al presidente de Colombia. Y no es para menos. Este es un revés para nuestra política exterior y otra muestra de lo insignificante que es este país en el plano internacional.
VLADDO