Cuando el ministro del Interior, Armando Benedetti, aseguró que la consulta popular propuesta por el Gobierno significaría en términos prácticos una “minireelección” del presidente Petro, sectores de todas las orillas de la política nacional manifestaron su preocupación, aunque no era la primera vez que algo así ocurría. A lo largo de los años recientes, varios pronunciamientos del Presidente y su equipo han desatado una serie de inquietudes –todas con fundamento– sobre si Petro buscaría gobernar durante un tiempo más largo del que la Constitución le permite.
Los temores por la fragilidad propia de la democracia, sumados a la ambigüedad de pronunciamientos como estos, son apenas comprensibles. Discursos como el famoso “iremos hasta donde el pueblo diga” del presidente Petro, o palabras como las pronunciadas en la jornada de defensa de la consulta popular este 1.° de mayo, cuando el mandatario argumentó que la ciudadanía debería revocar al Congreso si las preguntas de la consulta popular no eran aprobadas, dejan serias inquietudes sobre su verdadero compromiso con los valores de la democracia. Esto, sumado a episodios preocupantes como la desfinanciación de las autoridades electorales, ha llevado a que voces de la oposición alerten sobre posibles riesgos que corre el proceso electoral de 2026.
Pero la oposición al gobierno Petro debe saber, así no sea de su agrado, que a estas alturas el presidente Petro lleva la ventaja en las elecciones de 2026. Cualquier encuesta realizada en los últimos dos años corrobora que la popularidad del Presidente se encuentra dentro de un margen que varía entre el 30 y el 35%. A primera vista, este número resultaría sorprendentemente bajo para un presidente que se ha adjudicado a sí mismo la representación casi absoluta de “el pueblo”. Pero las cuentas, si se traducen a los votos necesarios para llegar a una segunda vuelta electoral, son realmente favorables para el Presidente y su partido. Esa base que muestra su compromiso incondicional con la agenda del Presidente, aunque está lejos de acercarse a los once millones de personas que acompañaron a Petro en la segunda vuelta de 2022, lo sigue apoyando a pesar de cualquier escándalo o crisis.
Como un balde de agua fría, la oposición debe tener claro que si las elecciones fueran mañana, el presidente Petro no tendría la necesidad de asumir la deshonra mundial de interrumpir un calendario electoral, dado que quien lleva la ventaja para las elecciones es precisamente él. La difícil hora que atraviesa el país se hace más oscura porque un gobierno que de tantas maneras ha amenazado la institucionalidad sigue manteniendo una popularidad considerable y, a su vez, la oposición no tiene la menor hoja de ruta cuando falta un año para las elecciones.
Mientras el Gobierno sigue gozando del apoyo de sus bases, sus críticos han caído en la pésima trampa de la fragmentación, en medio de la cual han surgido discursos que, en vez de ser planteados con seriedad y altura, han radicalizado y caricaturizado el ejercicio de la oposición a una istración que ha dedicado todo su esfuerzo a profundizar la división social. Aunque el panorama puede ser desolador, los sectores de la oposición aún tienen tiempo para reaccionar y establecer mecanismos para plantear una respuesta seria ante la narrativa demagógica del Gobierno.
La alternativa al discurso cada vez más beligerante y agresivo del presidente Petro no puede ser desde su misma rabia y vocación divisiva, sino desde un apego irrestricto a los valores de la democracia y la institucionalidad. El preocupante tono de radicalismo mostrado por el Presidente en las manifestaciones de este 1.° de mayo debería recordarle a los líderes de la oposición que su responsabilidad histórica en este momento decisivo será elegir un candidato único capaz de representar a todos los críticos del petrismo y no solo a sus orillas más radicales.
FERNANDO POSADA
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