Este 27 de octubre será la segunda vuelta de las elecciones municipales en Brasil. El balance de la primera vuelta no es nada alentador para el Partido de los Trabajadores (PT), el principal partido de izquierda. La primera vuelta evidenció un impresionante crecimiento del bolsonarismo; de hecho, analistas coinciden en afirmar que podríamos estar presenciando el fin de la hegemonía del PT. Bolsonaro, inhabilitado para las elecciones de 2026, se la jugó a fondo en estas municipales para preservar su proyecto político. Y lo logró.
De aquí se desprenden varias lecciones para el caso colombiano. Una de ellas es que equiparar el bolsonarismo con el uribismo, y decir que en Colombia ya vivimos el auge de la extrema derecha es desconocer nuestra historia. La derecha colombiana se ha caracterizado por ser una derecha solapada, una que se preocupa mucho con las formas; en cambio, con Bolsonaro, o con Milei, estamos frente a una derecha que no tiene miedo de presentarse tal como ella es, sin que eso espante a los electores. De modo que en Colombia aún no lo hemos visto todo.
Otra lección es que, como pasa a menudo con el progresismo, Lula no tiene quien lo suceda. En su afán de monopolizar el poder en la izquierda, los principales líderes no se preocupan con la renovación de cuadros, prefieren formar subordinados ejemplares en vez de líderes autónomos. Lula tiene 79 años, está en su tercer periodo, y su índice de rechazo, y el del PT, ha venido en aumento desde las manifestaciones de junio de 2013, no solo por la persecución mediática a la que ha sido sometido en estos últimos años, sino también por sus propios errores y los de su partido. Sin embargo, no hay un sucesor a la vista. Uno de los pocos cuadros que tiene la izquierda brasileña, Guilherme Boulos, ni siquiera es del PT, es del PSOL, una disidencia del PT, y va a disputar el domingo la segunda vuelta para la alcaldía de la ciudad de São Paulo.
Los partidos de derecha se están articulando mucho mejor para hacer trabajo de base.
La primera vuelta fue muy atípica. El favorito en las encuestas era el actual alcalde Ricardo Nunes, quien se ha caracterizado por una pésima gestión. El otro candidato era el outsider Pablo Marçal, un influenciador de extrema derecha que, sin una estructura partidaria y gracias a las redes, casi logra pasar a segunda vuelta. Esta división, al tiempo que mostró que la derecha era tan fuerte que se dio el lujo de dividir sus votos, fue lo que, irónicamente, contribuyó a que Boulos quedara en segundo lugar.
Nunes pasó en primer lugar con 1’801.139 votos, en seguida Boulos con 1’776.127 votos y, en tercer lugar, Marçal con 1’719.274 votos, es decir, la diferencia entre Boulos y Marçal fue de un poco más de 56.000 votos. En cuarto lugar, quedó Tabata Amaral, una mujer de 30 años que, para muchos, representa una de las apuestas de renovación del centro político, quien consiguió una nada despreciable cifra de 600.000 votos. A diferencia de un sector del centro colombiano, unas horas después de las elecciones, apenas se supo que la segunda vuelta sería entre Nunes y Boulos, Amaral decidió no irse a ver ballenas, sino que manifestó sin ambages que su voto sería por Boulos.
Las últimas encuestas muestran que Nunes le ganaría a Boulos este domingo, lo que sería un desastre para São Paulo y para la izquierda. Una lección adicional es que los partidos de derecha se están articulando mucho mejor para hacer trabajo de base, algo que el PT sabía hacer muy bien hasta que se burocratizó y perdió parte de su enraizamiento social: es el desafío que atraviesan todos los partidos progresistas cuando llegan a dirigir el Estado. Y ahí están la derecha y los sectores religiosos más conservadores, canalizando la rabia de la gente y haciendo ese trabajo que a la izquierda se le olvidó hacer.