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Opinión

Un gobierno austero es un gobierno tacaño

Un Estado que se toma en serio la lucha contra la pobreza dedica amplios recursos a la prosperidad social.

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Ni los más ávidos corredores de apuestas habrían podido adivinarlo: el viernes pasado, día en el que los republicanos retornaban al poder del Congreso estadounidense, un grupo de seis congresistas pertenecientes al ala más radical del partido del elefante desató una rebelión interna para impedir que uno de los suyos, Mike Johnson, repitiera como presidente de la Cámara de Representantes.
Pero, como en las películas de la mafia, no hay disputa interna que no pueda sanar una llamada del patrón. Por eso, al propio Trump le tocó interrumpir un -se dice que muy reñido- partido de golf para demandarle a la media docena de insurgentes que respaldaran a Johnson. Como bien se supo luego, los rebeldes acusaban a Johnson de no haberles concedido, durante la anterior legislatura, su más caprichoso deseo: austeridad gubernamental.
Y es que desde los años 80 se ha convertido en un dogma casi religioso la idea según la cual -en el nombre de Hayek, de Friedman y del Espíritu Santo- la austeridad y una reducción en el tamaño del Estado se traducen necesariamente en prosperidad social. Pero la historia es testigo de lo contrario. El experimento británico de los años 80, por ejemplo, dio fe de que la austeridad es una autopista hacia la desigualdad. El gobierno de Thatcher resultó en un aumento de 10 puntos porcentuales en la pobreza y alrededor de un punto en el coeficiente de GINI, según ‘The Guardian’. Y que sirva también de ejemplo el peor peinado de todos los imitadores de Thatcher: Javier Milei. Si bien es cierto que una reducción en el gasto público del 27 % le permitió al presidente argentino alcanzar la inflación más baja de los últimos cuatro años, la consecuencia fue un incremento de alrededor de 11 puntos porcentuales en la pobreza, la peor tasa de los últimos 20 años. ¿Viva la libertad? ¡Ay carajo! Y ni hablar de lo que significaría el 10/10/10 de la nueva político ‘influencer’ de la derecha colombiana, Vicky Dávila.
La austeridad suele resultar en el debilitamiento de los principales mecanismos, como la educación y la salud pública, que sirven para encaminar a las sociedades hacia una mayor igualdad de condiciones
El culto a la austeridad, así como la elección de Donald Trump, en parte se debe al viejo argumento que afirma que a los Estados hay que manejarlos como macroempresas. Pero ni los representantes políticos son empresarios ni los ciudadanos consumidores. Los consumidores tienen recursos; los ciudadanos, derechos. Y la ley de la oferta y la demanda por sí misma no garantiza derechos. Además, el mercado está en la capacidad de satisfacer demandas económicamente hablando, pero no siempre necesidades. Las necesidades solo se convierten en demandas cuando hay recursos de por medio, y esto es de lo que precisamente carece un considerable porcentaje de la población. Más aún, la austeridad suele resultar en el debilitamiento de los principales mecanismos, como la educación y la salud pública, que sirven para encaminar a las sociedades quizás no hacia la igualdad absoluta, pero sí, al menos, hacia una mayor igualdad de condiciones para competir en ese ‘ring’ de boxeo llamado capitalismo, en el cual la mayoría lucha con las manos atadas. Además, la austeridad se traduce en burocracias más ineficientes, al ser privadas de recursos. Y los Estados austeros también se vuelven torpes a la hora de competir contra su majestad el sector privado para atraer talento calificado hacia los cargos públicos.
Pero, advierto como de costumbre, una diatriba contra la austeridad no significa una defensa de su antítesis: el derroche. Así como no se justifica reducir el Estado por reducirlo, tampoco el crecerlo por crecerlo ni mucho menos los extravagantes derroches como abrir embajadas para los compañeros de rumba para que guarden silencio. Un Estado que se toma en serio la lucha contra la pobreza y la desigualdad dedica amplios recursos -sin valerse de fuentes insostenibles como la impresión de billetes al estilo peronista- a la prosperidad social y por eso, como los buenos anfitriones, no es ni austero ni derrochón.
SANTIAGO VARGAS ACEBEDO

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