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Igualaciones ignominiosas

Con excepción de casos muy contados, hacer comparaciones con el Holocausto es una pésima idea.

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En el ataque de Hamás contra Israel murieron 1.400 personas de un país de 9,7 millones. El 11 de septiembre de 2001 murieron casi 3.000 personas en un país, en aquel entonces, de 285 millones. En relación con la población del Estado afectado, entonces, el ataque de Hamás fue 14 veces más mortífero que el de Al Qaeda.
Es válido hacer comparaciones, como esta, entre actos atroces, e incluso se deben hacer, a pesar de que toda equiparación es imperfecta, cuando sirven para exponer aspectos que no son evidentes si los hechos se analizan de forma aislada. Se vale comparar, en otras palabras, cuando la comparación es útil para contextualizar o entender mejor lo sucedido.
Los igualamientos que hizo el presidente Petro de Israel con los nazis y Gaza con Auschwitz no pasan esa prueba, la de la utilidad. Por el contrario, soslayan diferencias cruciales, en las que no entraré aquí. Eso no quiere decir que las condiciones de vida en Gaza no sean ultrajosas, lo son. Pero no hace falta comparar cualquier situación vejatoria con el Holocausto para condenarla. En vez de contribuir a entender la historia, pintarla con brocha gorda la oscurece y distorsiona.
Con excepción de casos muy contados, como el genocidio ruandés, hacer paralelos con el Holocausto es una pésima idea. La razón es que la macabra ambición de los nazis, la singularidad de su objetivo de borrar a todo un pueblo de la faz de la tierra y los libros de historia, aprovechando para ello los adelantos mecánicos de la era industrial, constituyen el apogeo del mal en los tiempos modernos: un crimen tan feroz y particular que compararlo a la ligera con cualquier otro, por más aborrecible que sea también ese otro crimen, insulta a las víctimas del nazismo al banalizar los horrores de los campos de exterminio.
Si todos mis enemigos, por el hecho de serlo, son nazis, como reza un meme burlón en internet; si toda masacre es un genocidio; si todo racista, por miserables que sean sus prejuicios, es indistinguible del Führer; si toda ocupación es la Shoah; si toda malignidad es un cáncer, si todo es parejo, ¿qué significado tienen esos términos, esas palabras, esos juicios de valor? La estridencia de equiparar toda vileza a la mayor de las vilezas es, a la postre, un acto de abaratamiento y pereza tanto intelectual como moral. El mundo se segrega nítida pero falazmente entre los ‘buenos’, los míos, los de mi bando, los del lado de ‘la vida’; y los ‘malos’, que son todos los demás, Hitler y sus clones, los niños del Brasil.
Petro en sus discursos a menudo contrapone la ‘inteligencia’ o la ‘razón’ a la ‘barbarie’. Pero él mismo promueve el aplanamiento de la razón, al revolver e igualar hechos y conceptos que dos minutos de reflexión bastan para convencerlo a uno de lo inapropiado de mezclarlos. O bastan, al menos, como me ha pasado a mí en los 15 días que llevo pensando en cómo escribir esta columna, para despojarlo a uno de cualquier certeza que creyera tener.
Lo digo porque no ignoro la violencia y crueldad que el Estado de Israel ha infligido al pueblo palestino. Creo, sin embargo, que es posible rechazar esos ultrajes, al igual que los excesos que resultarán de las represalias por el ataque del 7 de octubre, sin abdicar de la obligación moral de repudiar, sin rodeos ni digresiones, cosa que el Presidente no hizo, la ruindad de una organización terrorista, Hamás, que violó mujeres, masacró niños de brazos, mutiló e incineró a sus víctimas, profanó cadáveres todavía tibios y transmitió la carnicería por ‘streaming’. “Ninguna libertad o emancipación puede surgir de esta ignominia”, dijo con acierto la rabina progresista sa Delphine Horvilleur.
Se podía repudiar la ignominia, además, sin manosear la memoria del Holocausto.
THIERRY WAYS
En X: @tways

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