“Expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”: ¿qué quiere decir la extraña frase con que el presidente Petro cerró su discurso en la ONU? Nadie lo sabe, pero, en dialecto petrista, ‘la vida’ es un concepto que incluye, entre otras cosas, el marchitamiento de la economía de mercado. No olvidemos que Hugo Chávez, irado por el Presidente, dijo en otro arranque cósmico que el capitalismo había acabado con la vida en Marte.
En Colombia, los capitalistas están divididos. Algunos, o los gremios que los representan, expresan con claridad su desacuerdo con las reformas que los afectan. Otros prefieren hacerse pasito.
El meollo de todo proyecto empresarial son las ganancias, y quizá esos empresarios que optan por el apaciguamiento están simplemente protegiendo sus negocios. Válido. Pero un buen empresario también es un estratega, es decir, una persona que piensa en el futuro. O al revés: un mal gerente es uno que arriesga la supervivencia de su organización por las utilidades en el presente.
Esos empresarios silenciosos ante un Gobierno que no oculta su desdén por el sector pecan, como el mal gerente, de cortoplacistas. Esta semana, el Presidente aprovechó un repudiable caso de abuso laboral en una firma ibaguereña para generalizar y llamar ‘esclavistas’ a los empresarios que se oponen a su reforma laboral. No es la primera vez. Y en este asunto pesan tanto los pronunciamientos del Gobierno como sus silencios. ¿Alguna vez han oído al Presidente elogiar a alguna organización empresarial o destacar algún logro corporativo? Yo, nunca. Para el petrismo ese sector de la sociedad es prescindible.
Con todo y ello, no faltan los gremios indiferentes ante el avance de los ataques contra la iniciativa privada en el país. No hace falta implementar un modelo socialista para marchitar al sector privado: basta con maniatarlo progresivamente mediante leyes y decretos que hacen inviable o impensable invertir.
Las reformas laboral, pensional y de la salud van en esa dirección: grandes proyectos estatizantes que concentran más y más poder en el sector público a exclusión del privado, lo cual no obstará para que se extraigan cada vez más impuestos de este último.
Pero no son solo las reformas. El daño más perdurable a la iniciativa privada que dejará este cuatrienio es la propagación de una narrativa antiempresa, en la que los empresarios son esclavistas, parásitos, oportunistas o ‘enemigos del pueblo’, en lugar de lo que realmente son: un factor ‘sine qua non’ para el desarrollo de las naciones.
Ese relato, que uno escucha recurrentemente en economías destartaladas, como la argentina, y que contribuyó a ese destartalamiento, era marginal en Colombia. Hoy hace parte del discurso oficial.
Ciertos gremios directamente lesionados por las decisiones del Gobierno, como la Andi, Asofondos, Fenalco y los de la energía, han sido firmes en sus objeciones, sin cerrar, por supuesto, las puertas al diálogo. Pero otros, la mayoría, andan callados. Se favorecerán en el corto plazo, quizás, pero, en el largo, una economía estatizada, sumada a una cultura antiempresa, enfriará el clima de inversión por muchos años, golpeándolos a todos. Se arrepentirán.
Empresarios, avíspense. No se han dado cuenta de lo que les corre pierna arriba. No se trata de ser intransigentes. Pero sí de rechazar reformas y mensajes que menoscaban la iniciativa privada. Y defender sin timidez una economía de mercado libre y vigorosa. No solo los empresarios deben hacerlo: todos quienes valoran la libertad de empresa deberían levantar la mano.
Es más, pensándolo bien, quienes la desprecian también deberían avisparse. Si piensan que los problemas de Colombia se pueden arreglar sin un sector privado pujante, están cósmicamente equivocados.
THIERRY WAYS
En X: @tways