Nunca comulgué en la feligresía de quienes decían que el hoy exministro José Antonio Ocampo era el ‘polo a tierra’ de Gustavo Petro, su contrapeso y su ancla. No porque el respetado economista no tuviera las cualidades para serlo, sino porque siempre se supo que su asiento en el gabinete tenía fecha de caducidad: un año, quizá dos, a lo sumo, si al Presidente no lo asaltaba antes la chiripiorca.
Tener un buen ministro por unos meses es mejor que no tenerlo, por supuesto. Pero cuando lo que está en juego es la integridad de largo plazo de la economía nacional –asunto que, para los que tenemos cierta edad, definirá probablemente el resto de nuestras vidas–, postergar por unos meses el daño que puede hacer un gobierno sin ‘polo a tierra’ no me parecía mayor consuelo.
Dicho de otra manera: una ‘garantía transitoria’ es prácticamente una contradicción.
Lo mismo pensaba de los otros funcionarios ‘moderados’ del gabinete: Cecilia López y Alejandro Gaviria. Hoy idos ambos, tras tiempo insuficiente para mostrar resultados en sus complejas carteras. Los ‘moderados’ no fueron, como pensaron muchos, guías o consejeros de ruta del Pacto Histórico, sino policías acostados. Su rol no fue modular los impulsos del Presidente, sino reducir su velocidad inicial, función necesaria para no asustar de arrancada a cierto elector de centro que votó por él.
De eso se trata, entonces, el remezón ministerial de esta semana: de despejar el camino. Duró poco la ilusión de un gobierno conciliador, abierto al diálogo y la crítica constructiva. Crítica que, además, es necesaria para el éxito de sus proyectos, pues todos necesitan modificaciones a fin de hacerlos más aceptables para un país claramente dividido frente a la figura del primer mandatario, quien, pertinente es recordarlo, ganó las elecciones por un margen pequeño.
Ahora que ha optado por rodearse exclusivamente de los suyos, es probable que el Presidente se sienta más libre. Hallará menos resistencia en su círculo cercano. Pero, por el otro lado, enfrentará a un Congreso más hostil. La posibilidad de negociar las reformas al por mayor, con los líderes de los partidos, se desvanece. Tendrá que obtener apoyos al menudeo, congresista por congresista. El mandatario tiene claro que eso le complica la gobernabilidad. De ahí el tono de su discurso en Zarzal, Valle, donde exclamó que el Gobierno debía declararse “en emergencia” y llamó a que un “movimiento campesino... se levante” para respaldar sus reformas. Cuando a Petro no le funciona el Congreso, convoca a la calle; y si no le funciona la calle, convoca al campo.
El Gobierno y el país entran también en un nuevo momento económico. Tras los cambios en el gabinete, saltado el fusible del ministro Ocampo, se dispararon la tasa de cambio y la prima de riesgo, que mide la confianza de los inversionistas en las finanzas nacionales. El nuevo ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, salió de inmediato a tranquilizar los mercados. Dijo que el Gobierno respetará la regla fiscal y la independencia del Banco de la República, mensajes que se le agradecen. Pero ya se le nota el desgaste al traje que Ocampo le lega a Bonilla: el uniforme de ‘adulto responsable’, de apagaincendios del Gobierno, de primer polo a tierra de la nación. Y puede que ese traje no le quede igual de bien a un funcionario cuya conocida cercanía con el Presidente lo hace menos propenso a decirle que no. Los mercados ya intuyen que, de ministro de Hacienda en ministro de Hacienda, Petro buscará aproximarse a la prodigalidad fiscal que ansía.
Empezó, pues, la segunda temporada del gobierno del cambio. Expulsados de la orquesta los músicos desafinados, ahora sí: comienza la fiesta. Ojalá sea leve la resaca.
THIERRY WAYS
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