En un reciente escrito, Mario Vargas Llosa se atrevió a decir algo que los demagogos niegan, pero que muchos pensamos es una verdad de Perogrullo: hay votantes que votan mal. Hay electores que se equivocan al escoger a sus gobernantes y otros que votan a favor de un curso de acción que traerá funestas consecuencias a su país, como el brexit.
Para Vargas Llosa, votar “bien” es votar por la democracia y votar “mal” es votar contra ella. La elección de Hitler en Alemania es el caso paradigmático, pero los ejemplos abundan. En Venezuela, en 1998, escribe Vargas Llosa, los votantes eligieron a Hugo Chávez porque creyeron en sus promesas de acabar con la corrupción, la pobreza y el desprestigiado sistema político bipartidista venezolano.
Pero una vez en el poder, nunca más volvió a darse una elección limpia y justa, el régimen chavista urdió un amañado sistema de elecciones que imposibilita el triunfo de la oposición valiéndose de inhabilitaciones políticas arbitrarias, encarcelamiento de candidatos de oposición, uso partidario de los recursos del Estado, desigual a los medios de comunicación y falta de independencia del Consejo Nacional Electoral. También implantó un sistema de dádivas en efectivo que aparte de ayudar económicamente a los más pobres compra su lealtad en las urnas.
Las consecuencias del error de los votantes están a la vista: en Venezuela aumentaron la corrupción y la pobreza, y hoy, Venezuela se encamina a un régimen de partido único como en Cuba y Nicaragua.
El desapego a la norma democrática fue evidente en casi todos los casos, aunque no en todos.
También ocupa un lugar predominante en la lista el mexicano Andrés Manuel López Obrador, una especie de Cantinflas disfrazado de Robin Hood que “manda al diablo” a las instituciones. Vargas Llosa también incluye en la lista al colombiano Gustavo Petro, aunque reconoce que aún es demasiado temprano para confirmarlo y recomienda esperar a ver si Petro “actúa dentro de la legalidad”.
De lo que no tiene dudas Vargas Llosa es de que la elección de Pedro Castillo en el Perú “fue una equivocación garrafal. Eligieron a un presidente que claramente no tenía la preparación básica para ejercer ese mando”. Un maestro rural que, en opinión compartida casi universalmente, ha sido el peor presidente de la historia de Perú. El fallido intento de Castillo de dar un autogolpe de Estado para permanecer en el puesto, una intentona que precipitó su remoción del poder, corrobora el argumento del nobel, y nos obliga a plantearnos la siguiente interrogante: ¿qué hacer cuando los votantes se equivocan eligiendo a un presidente antidemocrático e incapaz como Castillo?
En lo que va de 1992 a 2016, en 10 países de América Latina se removió a 15 presidentes, o por juicio político o por la renuncia del presidente. En Estados Unidos, tres presidentes han sido sometidos a juicio político. Richard Nixon renunció a la presidencia en 1974, previendo que sería destituido.
El desapego a la norma democrática fue evidente en casi todos los casos, aunque no en todos. Pero para saber si el argumento de la centralidad del respeto a la democracia se sostiene, debemos preguntarnos si los latinoamericanos están convencidos del valor del sistema democrático. Los datos de la realidad no son alentadores. La fatiga con la democracia es evidente en la mayoría de los países del área y según el Latinobarómetro, la insatisfacción con la democracia aumentó del 51 al 71 % entre 2009 y 2018. Peor aún, apenas un 21 % confía en la legislatura de su país y solo un 13 %, en los partidos políticos.
Y si al desinterés por la democracia le aumentamos la desigualdad económica, los mayores niveles de criminalidad y violencia del mundo, y un escalofriante desapego al Estado de derecho, podemos concluir que Vargas Llosa tiene razón, en América Latina muchos votantes votan muy mal.
SERGIO MUÑOZ BATA