Cuando tuvo lugar la elección del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, muchos advertimos que apostarle al candidato de Trump, y consecuentemente a la ruptura de la tradición del BID de tener siempre un presidente latinoamericano, era un craso error. La llegada de una carga ideológica de derecha tan fuerte a la institución y que la elección sucediera tan poco tiempo antes de que se supiera quién sería el nuevo presidente en EE. UU. iban a ser vistos por los demócratas en ese país y por la comunidad latinoamericana como una imposición innecesaria y arbitraria.
Los pronósticos se hicieron realidad y los demócratas, como era de esperarse, no están cómodos con Claver-Carone como presidente del Banco. Tanto que algunos han sugerido que sacarlo de su puesto sería una condición para comprometer recursos estadounidenses en la institución y, consecuentemente, en el proceso de recuperación económica latinoamericano. El senador demócrata Patrick Leahy, uno de los del Legislativo con más influencia en temas latinoamericanos, dijo en el momento de la elección de Claver-Carone que ello dificultaría la aprobación en el Senado de un incremento de la contribución estadounidense al capital del banco.
La situación en la región es preocupante. Latinoamérica es probablemente el sitio en donde la pandemia ha afectado más duramente las economías y, como si esto fuera poco, prácticamente todos los mecanismos de cooperación regional han colapsado, no hay liderazgos claros y hay hoy una presencia de China que amenaza todos los días con sustituir la histórica influencia estadounidense en la región.
La próxima asamblea del BID, que tendrá lugar en Barranquilla, será una prueba de fuego para probar la vigencia y la fortaleza del liderazgo estadounidense
en la región.
China se ha constituido en el primer socio comercial de América del Sur, con inversiones superiores a los 12,8 miles de millones de dólares, y ha abierto un frente de cooperación de grandes magnitudes a través de su diplomacia para la pandemia –constituyéndose en uno de los proveedores más importantes de material de protección y de vacunas–. Su presencia comercial cada vez adopta más visos políticos y geoestratégicos, y eso tiene preocupado a Washington desde hace ya rato. De tal forma que la próxima asamblea del BID, que tendrá lugar en Barranquilla, será una prueba de fuego para probar la vigencia y la fortaleza del liderazgo estadounidense en la región.
Al nuevo gobierno de Estados Unidos no le agrada Claver-Carone, la forma como fue elegido ni los principios que representa. Por mucho que la cuota de Trump en el BID trate de enviar mensajes de conciliación a la nueva istración en Washington, es claro que su liderazgo poco o nada tiene que ver con las nuevas líneas de relacionamiento hemisférico que intentará avanzar Biden. Pero Biden está un poco entre la espada y la pared en este tema.
Si se dedica a hacer diplomacia y construir coaliciones para sacar a Claver-Carone de su puesto, podría producir una parálisis institucional que tendría un profundo impacto en el proceso de recuperación económica de la región y en el papel que Estados Unidos pueda jugar allí. La situación podría terminar en caos, y ello contribuiría a afianzar la ya existente imagen de Estados Unidos como un socio poco confiable y más bien inestable.
Pero si Biden deja pasar el asunto y se dedica a trabajar bajo las circunstancias que Trump le dejó, va a tener que hacer un esfuerzo grande para torcerle el brazo al activismo ‘anticastrochavista’ de Claver-Carone en la región y reacomodarlo en una agenda de cooperación menos ideologizada. Si el recién llegado presidente del BID trabaja en función de la agenda hemisférica y no en función de las necesidades de su patrón político, no opondrá mucha resistencia. Pero, a juzgar por las credenciales de Claver-Carone y por cómo se han comportado los trumpistas en el pasado, no le veo grandes posibilidades a este último escenario.
Sandra Borda G.