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Instrucciones para no sufrir por Petro. Primero que todo: pensar sin miedo porque el miedo es capaz de todo con tal de tener la razón. Segundo: poner en contexto esta presidencia que no vino de la nada. Colombia no ha sido ni es ni va a ser Venezuela, señoras y señores. Después de un par de siglos de historia suya y solo suya, después de un par de siglos de machismo impune, de fanatismo religioso, de militarismo por dentro y por fuera de la ley, de bipartidismo a muerte, de frentenacionalismo persecutor, de martirios sin gloria, de mesianismos que acaban en calvarios, de movimientos por la convivencia y de contramovimientos por la jerarquía, Colombia ha llegado al siglo XXI convertido en el pulso de una cultura de la aniquilación con una cultura de los pactos de paz que busca convertirse en una cultura de la terapia, y esta presidencia lo comprende.
(También le puede interesar: Camarilla).
Tercero: recordar que este país no es normal ni en el contexto de un mundo que los marcianos de Mafalda llamaron “bestiaplanete”. Cuarto: desoír a esos exorcistas de las redes que le gritan “¡arrepiéntase de su voto por Petro!” a todo aquel que se niegue a repetir que este es el fin. Votar por el ingeniero que gritó “me limpio el culo con la ley” era claudicar: apagar e irse. Votar por los negadores del estallido social era insistir en esta desigualdad que es pura violencia. Los partidos políticos del siglo XIX llegaron hasta acá convertidos en un reguero vergonzante e irresponsable de colectividades paródicas, como las falsas Surtiaves de la 22, y entonces ya no es claro qué son ni qué defienden, y algunos electores votan por la promesa de la seguridad y otros votamos por la ilusión de la democracia, y díganme qué más se puede hacer.
Quinto: vivir una vida buena, simple, solidaria, que no dependa de coyunturas políticas, pero reforme. Sexto: dejar las reacciones para mañana. Séptimo: recordar que cualquier presidente que hable de paz adentro y afuera, y no dé carta blanca al Ejército, es ganancia. Octavo: matizar –o sea ser tan justos como el Peñalosa que llamó al país a entender que la expropiación que propone el gobierno de su rival no es la expropiación de Chávez o como el Gaviria que al final de su diatriba de Semana reconoce que Petro está sacudiendo una democracia que sin embargo respeta– en estos tiempos maniqueos e histéricos. Noveno: criticar sin ambages y sin regodeos los tumbos del presidente, y hacerlo con los hechos en la mano, armados de la cordura suficiente para no terminar del lado de estos bukélicos y estas cabales que ven ortegas hasta en la sopa.
Décimo: comprender al personaje, a Petro, más allá de sus tuits plagados de erratas y de sus monólogos de treinta mil caracteres, como una demostración de que suele írsenos la vida tratando de estar a la altura de las causas de la juventud. Desde mis gafas, que tienen sus rayones y sus huellas digitales, Petro se enfrasca, se sabotea, se deja vencer por su impaciencia de antagonista y se extravía hasta desconocer la posibilidad de que muchos no estén en contra del cambio sino de las reformas descuidadas –y entonces agota el balcón y vienen los titulares sobre su radicalización–, pero no sobrevivió al país de la violencia política y al país de los narcos para acabar con la Constitución ni con la democracia ni con el acuerdo de paz que permitió su presidencia.
Tal vez alcance a recobrar su vocación a pactar para evitar el regreso al poder de los negacionistas.
Quizás entienda a tiempo que puede honrar el reformismo liberal de antes del Frente Nacional sin deshonrar el que vino después.
Ya la ciencia ha dejado en claro que ni las personas ni las culturas son demasiado viejas para cambiar. Pero esto no solo lo digo por Petro, sino por todos.
RICARDO SILVA ROMERO

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