Suelen entenderse las noticias treinta años después. El titular de EL TIEMPO del jueves 4 de julio de 1991 podría ser el titular de EL TIEMPO de hoy: “Murió la Constitución del 86”. Porque ciertas revelaciones de aquella edición del diario siguen siéndolo –de “Los Extraditables anuncian el fin del narcoterrorismo en Colombia” a “Quinientos años de un genocidio llamado descubrimiento”– y la nuestra aún es la historia de una república que quiso reducir semejante suma de regiones y de culturas y de ninguneos a una unidad católica, castellana, militarista, machista, y en el empeño dejó ocho guerras civiles y un conflicto armado que –agravado por las batallas contra las drogas– hace poco cumplió sesenta años. Pero también porque una encuesta de Cifras y Conceptos acaba de contarnos que el 81,2 por ciento del país está listo a que la Constitución del 91 se cumpla.
EL TIEMPO de aquel jueves 4 de julio de 1991, 74 páginas, revista Elenco, 200 pesos, retrata una Colombia en la que la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar sigue dinamitando puentes, acaba de condenarse a tres agentes de la ley por el asesinato de tres desmovilizados del M-19, el jefe paramilitar Fidel Castaño entrega 2.300 hectáreas a 300 familias del Urabá chocoano, la selección del ‘Pibe’ se alista para la Copa América, el traficante Pablo Escobar se ha entregado porque se ha prohibido la extradición y la Asamblea Constituyente propone la entrada de excombatientes al Congreso para respaldar el proceso de paz. En el teatro Teusaquillo dan la película De paseo con la muerte: M. V. N. En la televisión, que sí nos une, presentan Ana de negro, Ver para aprender, Noticiero 24 horas, Romeo y buseta, Yuruparí. El número 4159 se ha llevado la Lotería de Manizales.
Pero la noticia que recorre esa edición del periódico es esta “Constitución para ángeles”, redactada por 74 representantes de todas las Colombias de Colombia, que a las 11:23 p. m. del miércoles 3 de julio ha empezado su marcha democrática a pesar de los treinta años que vendrán: a pesar de una corriente reaccionaria contra las libertades de los cuerpos; de una sociedad trenzada tanto con la cultura como con el negocio del tráfico de drogas; de una contrarreforma no declarada que se hará evidente en el saboteo de los procesos de paz, en el desmadre de la reelección presidencial, en la entrega ciega del orden público a ejércitos legales e ilegales, en la defensa de los derechos humanos, pero en Venezuela, y en la política de conteo de bajas que, como acaba de documentarlo el auto 125 de la JEP, llenó esta tierra de eufemismos tan atroces como los miles de “personas no localizadas” o los miles de “falsos positivos”.
Han sido tres décadas sin tregua. Hemos visto cómo aquella suma de regiones y de culturas y de ninguneos ha sido reducida a la peor unidad posible: somos un solo camposanto. Hemos lidiado próceres que desdeñan los “articulitos” a favor de quien gobierna y que respaldan los serios informes de la CIDH, pero en Nicaragua. Hemos sobrevivido a estos bárbaros vestidos de civil que sacan lo peor de todos. Y, sin embargo, mientras uno pasa las páginas históricas de EL TIEMPO de aquel jueves de 1991, ilustradas con fotografías de Gómez, Serpa, Navarro y De la Calle, se descubre pensando que quizás este 81,2 por ciento del país –el de la encuesta que digo– haya tardado en llegar a la defensa de su Constitución, pero resulta reivindicador, cuerdo, que no solo haya llegado, sino que la esté viendo nueva.
Tal vez hoy sí sea cierto el titular “Murió la Constitución del 86”: habrá que darles la mala noticia a los políticos de la caverna, sí, pero luego de agradecerles a un par de generaciones críticas e inéditas que la estén enterrando.
Ricardo Silva Romero
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