La agenda política y legislativa que el Gobierno propone para los dos años finales de su gestión tiene tal importancia y serían tales sus consecuencias, en caso de ser aprobadas, que han debido presentarse y ambientarse durante los dos primeros años, aunque no sobra recordar que algunas de ellas corrieron esa suerte, pero fueron negadas.
Lo anterior se anota porque carece de toda lógica política y jurídica que ahora se pretenda que la asamblea constituyente sea una realidad. Petro propone un acuerdo sobre cinco grandes temas: pactos para lograr la paz, nueva reforma de la salud, reforma del régimen de servicios públicos, lucha contra la corrupción y reforma laboral. Sin embargo, al Gobierno le falta liderazgo en algunos de esos temas, a más de que los escándalos de corrupción han aumentado y no se sabe si apoyaría la reelección presidencial o la prórroga del período en curso, que piden algunos de sus amigos. Todo lo anterior coincide ahora con nueva reforma tributaria y con la reforma política.
Capítulo esencial de esta última debe ser el rescate de la descentralización que hoy es sinónimo de corrupción, politiquería y clientelismo. Aunque la descentralización no produjo todos los resultados que de ella se esperaban, tuvo realizaciones que permitieron decir que ese era el camino, que al proceso había que darle nuevos desarrollos e introducirle los ajustes que requiriera. Sin embargo, no ocurrió así. Por el contrario, el proceso se abandonó, no se le introdujeron los cambios que demandaba ni se le dieron nuevos desarrollos, se condenó a que viviera de su propia dinámica.
El modelo de ordenamiento territorial que tenemos no interpreta nuestra realidad geográfica, histórica, cultural y económica.
Las causas principales de esa situación son dos. El proceso descentralizador se abandonó por las instancias decisorias en la materia (Gobierno, Congreso, partidos políticos) que después de ponerlo en marcha no se volvieron a ocupar de él. Cuando lo hicieron fue para reversarlo (recorte de las transferencias) no para corregirlo y darle nuevos desarrollos. La otra causa radica en que hicimos descentralización istrativa (competencias) y fiscal (recursos), pero no cambiamos las reglas de juego político-electorales para acceder al poder a nivel local y regional, para ejercerlo y controlar y sancionar su ejercicio.
Se necesita por ello hacer la reforma política territorial. Sin ella no habrá reforma política nacional, porque los municipios y departamentos son el hábitat natural de la clase política nacional, que hunde sus raíces en lo que púdicamente llamamos la provincia y cuyo poder político electoral depende del número de ediles, concejales, alcaldes, diputados y gobernadores que controle y manipule.
Son varios los temas que debe tratar la reforma que ventile la descentralización que garantice el ejercicio transparente de las funciones que corresponden a municipios y departamentos: 1) Es necesario acabar con la endogamia política. La misma familia no puede repartirse las curules de las corporaciones públicas y las alcaldías y gobernaciones. 2) Deben respetarse los períodos para los que fueron elegidos quienes aspiren a otro destino público y evitar que unas posiciones sirvan como “trampolín” para acceder a otras. 3) Deben exigirse calidades para ser alcalde o gobernador. 4) Debería prohibirse la reelección indefinida de ediles, concejales y diputados, o permitirse únicamente la mediata o diferida. 5) Así como hay umbral para la validez del ejercicio de varias formas de participación democrática, lo debe haber igualmente para la elección de alcaldes y gobernadores. 6) Está previsto que se repitan las votaciones cuando el voto en blanco sea mayoría relativa, lo cual debe ser desarrollado legislativamente. 7) Se debe acabar con las elecciones atípicas.
Las anteriores propuestas son apenas parte de lo que debe hacerse para salvar la descentralización, también amenazada porque el modelo de ordenamiento territorial que tenemos no interpreta nuestra realidad geográfica, histórica, cultural y económica, razón por la que debemos construir uno nuevo, tarea que algún día debe asumirse porque es una de las claves de la guerra o de la paz.