Nunca había recibido un libro igual, tan profundo y lujoso. Impreso en papel esmaltado, con espectaculares fotografías, está destinado a permanecer en una biblioteca histórica como texto de consulta para futuras generaciones. Es la obra que nos deja la Fuerza Aérea Colombiana para conmemorar su siglo de existencia.
No se trata de una utopía en 1919. Los pioneros de nuestra aviación se sirvieron del río Magdalena como pista de despegue y aterrizaje. Las primeras aeronaves que surcaron nuestros cielos fueron fabricadas con tela y madera, y ya para la época de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de sus estructuras eran en metal. Tras capacitación y entrenamiento, se formaron nuestros primeros aviadores.
Los cambios que acompañan a nuestra dinámica Fuerza Aérea han seguido a los países más avanzados. El combate no nos fue ajeno. En 1932 tuvo lugar la guerra con el Perú, a raíz de la toma de Leticia y la amenaza que se cernía en la selva del Putumayo y el Amazonas. Con aviones de combate, pilotos colombianos y alemanes defendieron nuestro territorio. Finalmente, un acuerdo pone fin a la guerra y otorga a Colombia la posesión de Leticia y el trapecio amazónico.
No obstante el gran servicio prestado por la FAC, el narcotráfico y la guerrilla exigen que sus acciones de combate sean cada vez más necesarias y contundentes
De esta contienda surge para la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) la necesidad de ir creando bases estratégicas en diversos puntos de nuestra geografía, así como la de Palanquero en el centro del país, la de Cartagena en la zona del Caribe y la de Buenaventura, cuya misión fue patrullar toda la costa del Pacífico. El nuevo milenio le dio paso a la tecnología digital. Al mismo tiempo se crearon las fuerzas especiales, como la llamada Jefatura de Inteligencia Aérea, el monitoreo y la observación vulcanológica, la extinción de incendios y algo muy actual: la vigilancia de la minería ilegal. Finalmente, en el año 2000 se creó el Museo Aéreo Espacial de Colombia.
No obstante el gran servicio prestado por la FAC, el narcotráfico y la guerrilla exigen que sus acciones de combate sean cada vez más necesarias y contundentes. En realidad, el acuerdo de paz no ha significado para Colombia el fin de las contiendas.
Grupos alzados en armas operan en vastas zonas del país. Basta abrir un periódico o ver un noticiero de televisión para darnos cuenta de ello. Vivimos en una constante situación de guerra.
Reclutados por la guerrilla, por lo menos ocho menores de edad fueron dados de baja en Caquetá durante un bombardeo autorizado por el exministro Guillermo Botero. El primero en dar cuenta de este hecho fue el senador Roy Barreras. Justo y doloroso me pareció el discurso del senador al referirse a cada uno de los menores. Injusto cuando lastimó a la Fuerza Aérea, culpándola de la muerte de los niños. Veamos la verdad.
Las llamadas disidencias de las Farc y el Eln encabezan una guerra con el apoyo de Venezuela, Cuba, el Foro de São Paulo, la izquierda radical y los carteles de la droga. La única manera de hacerles frente es por la vía armada. Dentro de esta opción, la FAC es más que necesaria. El reclutamiento forzado de menores es una despreciable práctica común en estas guerrillas. ¿Cómo evitarla? No hay manera. Sin duda puede haber ingenuos que pidan la suspensión de los bombardeos. Semejante propuesta nos llevaría a claudicar ante el terrorismo y el narcotráfico, es decir, a renunciar al derecho de defendernos como país.
Se dice que nuestros servicios secretos pueden detectar la presencia de menores en algunos campamentos guerrilleros a fin de evitar los bombardeos sobre ellos. Pero esto incrementaría el reclutamiento de niños para ponerlos como escudos humanos en todos los frentes de la guerrilla. Así las cosas, no podemos eludir la realidad por dura que sea. Las guerrillas colombianas, asociadas a una peligrosa izquierda radical, no dudan en abrirse camino hacia el poder empleando los recursos que llevaron a un Chávez a la presidencia.