Las imágenes, regadas por las redes sociales, de cientos de colombianos de a pie que, de modo espontáneo, enfrentaron a los encapuchados de la primera línea petrista cuando bloqueaban avenidas y estaciones de TransMilenio en Bogotá, y las de otras ciudades donde los abucheaban y les gritaban “dejen trabajar”, “váyanse”, “no más Petro” quedarán en la memoria. Ni qué decir de la plaza de Bolívar vacía, tanto el miércoles como el jueves, a pesar de la convocatoria alentada por el presidente Gustavo Petro a un plantón en defensa de la fallida consulta popular que él impulsaba. Son los símbolos de la semana en que Petro, por años amo y señor de la movilización social, perdió la calle.
Desde los años sesenta, la consigna de sindicatos radicales y partidos de izquierda no era otra que “ganar la calle”. Pero mientras hubo guerrilla, en especial el gran ejército criminal de las Farc, las mayorías –temerosas de esa combinación de formas de lucha que iba de la protesta callejera al secuestro, las emboscadas y las violentas tomas de poblaciones– le fueron esquivas a la izquierda. Solo tras la desmovilización de tres cuartas partes de las Farc en 2016, esas mayorías se dieron permiso de protestar masivamente en 2020 y 2021, y de elegir un mandatario de izquierda en 2022.La decepción ha sido devastadora. El cambio prometido derivó en un clamoroso engaño, y mientras destruía el sistema de salud –que era ejemplo en América latina–, acababa con el subsidio de vivienda para los más pobres, dañaba de manera grave el servicio de energía eléctrica y generaba el mayor déficit fiscal desde la pandemia, el gobierno de Petro quedó en evidencia como el más descaradamente corrupto en décadas.
El saqueo en maletines con miles de millones de pesos en efectivo a la UNGRD, el enriquecimiento ilícito del hijo del Presidente, las sombrías negociaciones del hermano con temibles mafiosos, el ingreso de miles de millones de pesos de dudoso origen a la campaña presidencial, dos ministros en ejercicio llamados a juicio ante la Corte Suprema, dos más a la espera de que la fiscal general, Luz Adriana Camargo, y su equipo pierdan el miedo a procesarlos…
Y hay más: el minsalud, Guillermo A. Jaramillo, dedicado a favorecer con negocios a su familia mientras reconoce –en un video– su intención de ahogar a las empresas del sector; el evidente peculado por uso indebido en el Mininterior con un avión de la Policía que transportó influenciadores petristas a una manifestación en Barranquilla; los chanchullos y abusos laborales del expresidente de la Cámara, el ultrapetrista David Racero; el juicio por corrupción contra otro petrista camino de la cárcel, el exalcalde de Medellín Daniel Quintero, cuya istración acumula escándalos por descarados abusos con los dineros públicos...
Para no hablar de lo que la Unidad Investigativa de EL TIEMPO destapó en Ecopetrol, otrora empresa pública de mostrar: su presidente, Ricardo Roa, hombre de confianza de Petro y gerente de su campaña, tiene mucho que explicarle al país sobre su enriquecimiento, así como sobre los desvergonzados contratos que incluyen uno por varios millones de dólares para lavarle la cara a su enlodada imagen y, de paso, espiar a sus subalternos.
La lista interminable de marrullas y negociados protagonizados por un gobierno que sataniza y acosa a los empresarios que generan empleo explica la desilusión abismal de millones con Petro y su cuadrilla de funcionarios de uñas largas. Ni siquiera los amañados sondeos de un puñado de encuestadoras que contratan con el Gobierno, e inflan la imagen de Petro, sirven para ocultar la evidencia que estalló esta semana en las calles.
Negociados y saqueos explican
la desilusión de millones con Petro
y sus funcionarios de uñas largas.
Ahora les corresponde a los líderes que no han comulgado ni patrocinado este desastre convertir en 2026 esa desilusión en millones de votos, para salvar al país del abismo al borde del cual lo ha llevado este gobierno.
MAURICIO VARGAS
IG: @mvargaslinares