En mi familia tenemos la costumbre de ver una película el 24 de diciembre. Muchas veces ha sido Es una vida maravillosa, de Frank Capra, una historia preciosa y mágica que ocurre la noche de Navidad, en la que un ángel (sí, un ángel) le ayuda a un hombre a ver cómo habría sido la vida de los que le rodean si él no hubiera existido. Es una película vieja, de 1946, a la que volvemos con frecuencia.
Luego ha habido otras, siempre conectadas de algún modo con las celebraciones de fin de año. Este año vimos otra vez Love Actually, mal traducida al español como Realmente amor, esa película británica que junta un grupo excelente de actores para contar una serie de historias mínimamente interconectadas, excepto por dos temas comunes: la Navidad y (alguna forma de) el amor. Pienso en el comienzo de la película al escribir esta columna, donde una voz dice que el amor en efecto está en todas partes, si uno se fija, y la cámara se pasa a enfocar personas que se reencuentran con sus seres queridos a la llegada a un aeropuerto. Es lindo ver gente que se quiere.
El cierre de año es inevitablemente un momento de reflexión sobre lo que pasó, lo que no pasó, lo que hicimos, lo que dejamos de hacer, lo que quisiéramos haber hecho de una manera diferente, en los 365 días que pasaron. El año calendario, además de ayudarnos a organizar los días, nos da también un tiempo simbólico para pensar en cierres y en comienzos, una invitación a detenernos cada tanto tiempo a repensar el rumbo. El año nuevo es, en alguna medida, una hoja en blanco. Tenemos una pequeña libertad para decidir cómo abordarlo.
Que en 2025 abracemos la diferencia y las decisiones con las que los seres queridos a veces se nos apartan.
El país necesita con urgencia voces que tiendan puentes, que vean posibilidades en medio de la dificultad, que se obsesionen con entender mejor lo que parece incomprensible, que se acerquen a las nuevas realidades o las realidades desconocidas con ganas de ver, oír y comprender, sin los prejuicios que dividen y con capacidad de autocrítica.
A mis compatriotas en 2025 les deseo disposición a reflexionar con generosidad sobre lo que nos agrede y resistencia frente a la frustración y el cansancio que permea muchas conversaciones. Hay una grieta en todo, es por donde entra la luz, dice famosamente Leonard Cohen, el cantante / poeta canadiense en una de sus canciones más famosas. Solo hace falta estar atentos para ver esas grietas.
Es fácil habitar en realidades encapsuladas donde vemos siempre lo mismo y de la misma manera –lo más difícil del mundo es itir la posibilidad de otras miradas a las cosas sobre las que ya hemos tomado decisiones–. Pero siempre conviene el aire fresco y dudar sobre las convicciones propias. Que haya espacio para que surjan esas voces que formen puentes entre los colombianos.
En un plano más personal, les deseo a todos unos días de desconexión de tanta cosa difícil que se vive en el país y en el mundo y que podamos ver y disfrutar las expresiones permanentes de amor a nuestro alrededor, incluida la amistad, que es posiblemente la mejor de todas. Que seamos protagonistas de abrazos de reencuentro como los del comienzo de Love Actually. Que iniciemos nosotros esos abrazos. Que abracemos la diferencia y las decisiones con las que los seres queridos a veces se nos apartan. Que 2025 sea el año de poner pausa a las tristezas innecesarias que nos causamos y causamos a otros, y que eso nos permita concentrarnos en resolver y enfrentar las tristezas inevitables. Que sea un año de amistad, salud y trabajo. Y que sepamos abordarlo a cada paso con generosidad.