Decía Nietzsche que el pesimismo es la expresión de la morbosidad de una época. Pesimismo morboso cada vez más colectivo, que apunta a la irremediable victoria de Gustavo Petro, hoy rey indestronable en las encuestas y casi seguro próximo presidente de estas tierras. Dueño del único efecto teflón-propulsor, propiedad física que le ayuda a subir en los sondeos tras el batacazo mediático del perdón social, las reuniones de su hermano con delincuentes de cuello blanco en la Picota y las visitas de Piedad Córdoba a los extraditables en prisión.
En toda queja hay una dosis sutil de venganza, decía también Nietzsche, pero en este punto ya no hay publicidad mala para Petro. La masa ya no escucha argumentos, ya no se pone brava, ya no le importa lo que haga o deje de hacer el candidato que barre y trapea en los sondeos. Tanto en primera como en segunda vuelta, Petro arrasa consistentemente con todos y contra cualquiera. Punto de quiebre que corrobora la última encuesta de la revista ‘Semana’ con Carlos Lemoine, quien entrevistó al doble de personas de lo habitual y de manera casi exclusivamente presencial para darle mayor peso muestral.
La masa ya no quiere entender nada y por eso para Petro no existirá nunca la publicidad mala. Fenómeno de profundas raíces en Bogotá, el Caribe y el Pacífico, tres regiones del país donde nada le araña las espaldas. Cualquier escándalo, desenfreno, problema o alboroto, pasa zumbando por los oídos de esas masas, que a diferencia de las de Antioquia y el Eje cafetero, ya no se asustan con malos presagios ni con miedos, son pena de notarías y de otros ‘shows payaseros’.
Efecto resorte que coincide con el mejor momento de pronósticos halagüeños, como los que lanzan por estos días desde Washington las vacas sagradas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, dos biblias que le apuntan a que Colombia tendrá este año el mejor desempeño continental, exceptuando únicamente a Panamá.
Presagios macroeconómicos que, o bien desestiman las encuestas, o bien subestiman la llegada del gran mago mediático al palacio presidencial. Lo dijo JP Morgan en su más reciente informe con pelos y señales: “promesas de gradualismo que podrían implicar tensión social y un incumplimiento de la regla fiscal”. Camisa de fuerza sobre la cual no hace ninguna referencia el programa de Gustavo Petro, para quien gastar a manos llenas será la premisa de todo gasto social, con “desembolsos que superarán los nuevos ingresos” como advierte desde Wall Street, el gran titán de la banca mundial.
Irremediable cambio que viene a agitar la pirámide social en el intervalo que yace entre la base y el medio; entre los más pobres y la clase media, entre los que comen menos de dos veces al día y los que compran cada vez menos alimentos por la carestía. Agitación de la mitad para abajo, pero nunca en la punta piramidal, jamás entre los verdaderamente ricos, quienes siempre ganan sin importar la ideología del muñeco en la silla presidencial.
Así ha sucedido en Venezuela: mientras Gustavo Cisneros, Lorenzo Mendoza y Juan Carlos Escotet siguen siendo los tres hombres más ricos del país vecino tras veinte años de revolución bolivariana, los pobres aumentaron del 33 % al 76 % en Venezuela durante estas dos últimas décadas. En cambio, a la hija de Chávez le encontraron una fortuna de 4.200 millones de dólares escondida en cuentas de Andorra y Estados Unidos, que la convirtieron en la mujer más adinerada.
¿Ocurrirá lo mismo en Colombia cuando gane Gustavo Petro? ¿Se doblará el número de personas en la pobreza y los ricos seguirán tan campantes como en Venezuela? ¿Aumentará la riqueza únicamente para su familia, como ocurrió con la de Hugo Chávez Frías? ¿Se le acabará el efecto resorte cuando finalmente llegue a la presidencia?
PAOLA OCHOA