Los gobernantes suelen ilusionar a las masas con la idea de convertirlos rápidamente en propietarios de vivienda, busetas o microterrenos. Esto bajo la compleja premisa de que es mejor siempre poseer dichos bienes que estar en arrendamiento, ser empleado de TransMilenio o trabajar en una gran planta agroindustrial.
La idea de país de propietarios suele atraer a votantes, y muchos partidos políticos han ganado contiendas bajo dicho “mantra”. Pero carecemos de análisis objetivos sobre si eso redunda en mejor bienestar masivo frente a otras alternativas; no basta con ser “propietarios” de sus empobrecidos destinos.
Tomemos el caso de viviendas de interés social, que en Colombia ha sido polo de atracción desde el programa Las Cuatro Estrategias (Pastrana 1970-1974). Cuando se tienen subsidios estatales, obviamente se beneficia a futuros propietarios elevándoles su aporte de cuota inicial del tradicional 30 % (precrisis 1998) hacia 70 % (actual). Esto alivia en mucho la cuota mensual del crédito remanente y en ocasiones también se subsidia la tasa de interés.
Pero estos programas suelen representar solo 1 % del déficit habitacional y está comprobado que su multiplicador fiscal es más elevado si se evitan programas de vivienda regalada. Más aún, excesos de apalancamiento financiero como los inducidos bajo los gobiernos de Betancur (1982-1986) o de Samper (1994-1998) terminaron en graves crisis financieras y así rezagaron el sueño de “país de propietarios”. Luego históricamente ha resultado mejor tener un crecimiento sectorial diversificado que concentrado en el sector construcción, el cual actualmente solo aporta 7 % del empleo frente al 12 % del sector industrial o 27 % del sector comercio, transporte y turismo.
Curiosamente, en muchos países de Europa el grueso de la población vive bajo arriendo y pocos sueñan con ser propietarios. Se han ideado arreglos institucionales alternativos que hacen que los recursos que, en otras partes se “parquean bajo ladrillos”, allá sean ahorros invertidos en portafolios seguros y cuyos rendimientos complementan bienestar durante la vejez. Dicho de otra manera, en Europa la tendencia es a obviar la necesidad de “hipotecas reversibles”.
Otra falsa idea sobre los beneficios de ser “propietario” ocurrió con el transporte público, asociado a caóticas y contaminantes microbusetas. Las horas de trabajo para conductores eran extenuantes y carecían de seguridad social. Mejor ha resultado la calidad de vida proporcionada a esos conductores asalariados del sistema centralizado “TransMilenio”, amén de la mejor movilidad pública y calidad ambiental (usando gas y eléctricos).
Baste recordar a propietarios de buses que décadas atrás amenazaban con paros de microbuseteros, como arma política, mientras explotaban a conductores “propietarios” y manejaban los hilos del poder político. Contrario al sentir popular sobre bienestar de micropropietarios, los sistemas masivos centralizados han proporcionado mejor tránsito vehicular, calidad del aire y hasta han dado participación accionaria en esa asociación público-privada; ¡gracias, Peñalosa por tu visionario aporte!
¿Qué se gana si propietario A pasa su miseria microfundista al B, debido a falta de garantías crediticias, carencia de distritos de riego o apropiadas vías?
Estas lecciones ahora son relevantes frente a la errada obsesión petrista con microagricultores propietarios, donde prima la ideología en vez de la práctica del bienestar. ¿Qué se gana si propietario A pasa su miseria microfundista al B, debido a falta de garantías crediticias, carencia de distritos de riego o apropiadas vías?
Ricardo Lagos, de Chile, nos lo había señalado 25 años atrás: si Colombia solo firma TLC, sin impulsar su agenda interna sobre provisión de esos bienes públicos, sus exportaciones agroindustriales nunca escalarán. Y tal cual ocurrió, pues esas exportaciones al propio Estados Unidos llevan décadas estancadas en solo 1,2 % del PIB. Petro y minagricultura seguirán luciéndose en el exterior con vacíos discursos redistributivos, pero las mejoras sustantivas de bienestar proveniente del agro nunca llegarán.
SERGIO CLAVIJO