Me escribe una amiga furiosa por su déficit de sueño:
Mirá, estoy tan vieja que hasta se me olvidó dormir. Aquí estoy, a las 2:30 a. m., pensando que el insomnio es una gran hijueputez. No hago sino pellizcarme para definir si estoy metida en una pesadilla o, sencillamente, me morí. Pero si estoy muerta, morí en mi ley, jodiendo, por pura envidia con los que a esta hora abraza Morfeo.
No sé qué le hice malo a ese h. p. para que ni me alce a ver. 2:44 a. m. y no me sale ni un miserable bostezo. Creo que cerraré los ojos y contaré ovejas, aunque pensándolo mejor, eso es una mariconada muy cansona…
Mi respuesta:
Calma, pueblo. Para empezar, diría que la señorita Lola, tu maestra de “jodentud”, se quedaría de una pieza con tu lenguaje que envidiaría Armandito Benedetti.
Como también estoy viejo, te escribo de madrugada. A estas horas, millones tenemos los ojos abiertos como un dos de oros. Nos diferenciamos en la forma de batutear la situación.
Para dormirme, suelo pegarle pataditas al tiempo en el sur de las vacas cuando van para el norte. O escucho audios con recomendaciones para dormir tranquilo como un corrupto. También sigo el rosario que recita el padre Dieguito Jaramillo en su emisora del Minuto. Su voz arzobispal a veces me pone fugazmente en brazos de Morfeo, tu enemigo íntimo.
En mis conversaciones con contemporáneos la conversación siempre cae –“sin hacerse daño”– en el sueño. Ojalá algún día descubramos la piedra filosofal para practicar a voluntad ese cuasi-semi-ex-gozquejo de muerte que es el sueño. O su carnal la siesta.
Un amigo me regaló marihuana en gotas. Las dejé hasta que una noche de insomnio me dije: Mimismo, clávate unas gotas de maracachafa a ver. No calculé bien la dosis y me metí medio gotero. En segundos estaba con una traba de padre y señor mío. No sabía de dónde era vecino. El que supo que nada andaba bien era mi perro, Nacho, que se pilló todo y me acompañó durante la traba. Medellín casi se queda sin agua ese día. Finalmente, todo terminó bien.
Durante el día, lo dejo todo a un lado para cogerle el dobladillo a cualquier amago de sueño que se me presente. Esa es mi recomendación estrella. Y que la señorita Lola te perdone tu lengua triperina.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO