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Neocaudillismos
La naturaleza del peronismo sigue siendo objeto de discusión académica.

PROFESOR UNIVERSITARIO, UNIVERSIDAD DE OXFORD, REINO UNIDOActualizado:
Arciniegas andaba a la búsqueda de un nombre para los sistemas políticos que se expandían en la región, y que no parecían encajar en el léxico de la ciencia política del momento. Buscaba además claridad. Los regímenes bajo su lupa se reclamaban democráticos, a pesar de su creciente alejamiento de las “formas de gobierno representativo”.
Arciniegas registraba una protesta: “al menos académicamente, tendrían que llamarse de otra manera, y no repúblicas democráticas”.
Su listado de razones para negarles a tales regímenes la denominación democrática era largo. Enumero algunos: cerraban congresos, no reconocían a los partidos de la mayoría ni toleraban los de las minorías, no había independencia del poder judicial, las constituciones se modificaban por decreto, no había libertad de prensa, la universidad estaba intervenida…
Aquellos regímenes no formaban un todo homogéneo, pero Arciniegas señalaba que un “grupo numeroso de mandatarios” entre esos países “rechaza de hecho, como anticuada e inoperante, la idea tradicional de democracia, y ha establecido un sistema de gobierno nuevo, aún no clasificado con nombre propio”. Paso seguido advertía: “nos encontramos frente a una de las desviaciones más serias de la historia moderna, y quizás la menos explorada”.
Esto fue escrito en 1956, como prólogo a una nueva edición de su libro Entre la libertad y el miedo, publicado originalmente en inglés en 1950. Poco después, el mundo académico le encontró un nombre a los regímenes que preocupaban a Arciniegas: “populismo”.
Lejos de consenso, sin embargo, el debate continúa mientras se expande el abanico semántico: “autoritarismo electoral”, “regímenes híbridos”, o, simplemente, “dictaduras”.
Arciniegas le reconocía al peronismo cierta originalidad. No dudaba en calificarlo de “dictadura”, pero se cuidaba de no identificarlo con el “fascismo”.
Arciniegas le reconocía al peronismo cierta originalidad. No dudaba en calificarlo de “dictadura”, pero se cuidaba de no identificarlo con el “fascismo”: “Es un nuevo estilo que ha terminado con tener aire propio, criollo. Puede tener tanto de Mussolini como de Rosas [el tirano del siglo diecinueve en Buenos Aires], y finalmente ha hallado sus propias invenciones”.
No eran invenciones prometedoras para la democracia, aunque el peronismo reclamara para sí la personificación de “la verdadera democracia”, la representación exclusiva del pueblo. Fuera del peronismo solo había “traidores” y “vendepatrias”: “todo lo que no sea peronismo es antipopular, no debe existir. Se elimina”.
La naturaleza del peronismo sigue siendo objeto de discusión académica. Los trabajos recientes del profesor Federico Finchelstein son de particular interés. Finchelstein señala los vínculos del fascismo en la “génesis del populismo peronista”, pero considera que Perón reformuló el fascismo y, con el populismo, se crearon “las primeras nociones posfascistas de democracia autoritaria antiliberal”.
Desconozco si Arciniegas encontró en la literatura del populismo (posterior a su libro) respuesta a sus preocupaciones. “El peronismo está muerto pero no enterrado”, escribió en 1956. Ni muerto, ni enterrado. Por lo que las páginas del libro de Arciniegas conservan mucha actualidad.
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