En la primera década de este siglo, Donald J. Trump era una figura muy relevante en la televisión norteamericana. Su programa ‘El Aprendiz’ era el más visto y su frase -¡Estás despedido!- se volvió viral a nivel global. En esos años, la cuenta de Twitter de Trump, @realDonaldTrump, era manejada por su equipo de trabajo. Los trinos estaban escritos en tercera persona e invitaban a ver el programa o a promocionar sus apariciones en otros eventos.
Pero en 2011 algo comenzó a cambiar. Trump empezó a trinar de manera personal y les imprimió un tinte bastante agresivo a sus publicaciones. La comediante Rosie O’Donnell sufrió en carne propia los recurrentes insultos del entonces magnate y empresario. Nadie en ese entonces sabía hacia lo que se estaba proyectando Trump. “¿Se le salió una tuerca a Donald?”, fue el titular de una publicación de la prensa en 2012.
La estrategia es muy sencilla: atraer toda la atención necesaria. ¿Para qué? Porque ya en esa época tenía su mirada fijada en ser presidente de Estados Unidos. No en vano, en su creciente relevancia como propiedad digital, Trump desarrolló una página web que se llamaba ShouldTrumpRun.com (¿Debe lanzarse Trump?). El resultado final todos lo sabemos.
Más allá de la antipatía que podía levantar Hillary Clinton entre el electorado, y el cansancio del país con ocho años de Barack Obama, Trump reventó el establecimiento político estadounidense a punta de trinos. Lo que fue considerado como un episodio anecdótico e irrepetible parece que ya no lo es tanto y podría considerarse como la antesala de la muerte de la forma de hacer política electoral.
En los últimos años se ha multiplicado exponencialmente la estrategia de Trump: captar la atención en redes sociales a como dé lugar para luego lanzarse a algún cargo de elección popular y esperar a que los votos caigan por inercia.
En los últimos años se ha multiplicado exponencialmente la estrategia de Trump entre muchísimos políticos o aspirantes a serlo: captar la atención en redes sociales a como dé lugar para luego lanzarse a algún cargo de elección popular y esperar a que los votos caigan por inercia. Insultar, atacar y hacer videos con un tinte amarillista se ha convertido en un atajo para ser electo de manera más eficiente y hasta barata.
Más allá de juzgar si esto es sano o no para la democracia, la realidad es que es un hecho, y estamos a muy pocos años en Colombia de que uno de estos personajes llegue a la presidencia. También de que el Congreso empiece a llenarse con influenciadores. En Estados Unidos ya está ocurriendo.
La verdad es que sería fácil criticar este fenómeno: personas poco preparadas llegando los más altos cargos políticos del país porque saben hacer contenido viral. No obstante, ¿por qué no tratar de entenderlo? ¿Qué aspectos positivos le puede traer esto a la política colombiana? ¿Cómo hacemos, como electores, para que el resultado de este futuro sea mejor que lo que tenemos ahora?
El senador JP Hernández es probablemente el personaje que con más fuerza encarna lo señalado anteriormente. Un persona que obtuvo una votación récord en el Senado siendo prácticamente un desconocido en la política. Hoy es uno de los senadores más visibles y de los más queridos entre el pueblo. El concejal bogotano Daniel Briceño es otro fenómeno digital y llegó a su curul gracias a su trabajo en redes de denuncias.
Qué nos deparan las elecciones en 2026 está por verse, pero hoy ya vemos a candidatos usar sus redes para atraer la atención. Los de la derecha están hablando de mano dura y firmeza contra los criminales y corruptos; los de centro están mostrando su lado afable con historias de esperanza y emprendimiento, mientras que los de izquierda alejándose del gobierno para ocupar conversaciones de centro. En 2025 se fortalecerán las puestas en escena y quienes mejor se muevan en digital serán los que obtengan victorias electorales. Bienvenidos los político-‘influencers’, gústenos o no.
DIEGO SANTOS
Analista digital
En X: @DiegoASantos