Recientemente vimos una de las más extraordinarias fotos de un líder que haya sido tomada. La cara de Donald Trump, reseñado en una comisaría de Georgia por delitos electorales, con una expresión furiosa y amenazante, apareció en las primeras planas de casi todos los periódicos del mundo. Yo hubiera pagado lo que fuera para que la escondieran; él la convirtió en un nuevo emblema de campaña. Se imprime en camisetas y tazones y se vende a buenos precios para alimentar el fondo de su campaña (o pagar a sus abogados, vaya uno a saber).
Una foto ya había sido importante en una campaña presidencial en los Estados Unidos, pero al revés. Cuando Richard Nixon compitió por la presidencia con John F. Kennedy salió muy malcarado en la foto de un debate, y la utilizaron sus contrarios para difundirla con un aviso que decía: ‘¿Le compraría un carro usado a esta persona?’. Perdió las elecciones, aunque no sé si por eso.
No es mala idea fijarse en la cara de los líderes cuando uno los elige, o decide seguirlos. Por ejemplo, si uno ve los retratos de los papas Juan XXIII y Alejandro VI (Rodrigo Borgia), dirá sin vacilar un instante que el primero era una buena persona y el segundo, un malvado, aunque los dos, según su doctrina, fueran infalibles.
Siempre será preferible escoger como líder a una buena persona, aunque en la historia son innumerables los que movieron multitudes siendo muy malos. Una indicación positiva es que sonría y mire a los ojos. No hay retratos de Atila, pero uno lo imagina muy furioso. Hitler siempre se veía así y peor; solo le sonreía a su perro. Stalin miraba al vacío, a veces con una medio sonrisa sardónica y asustadora. Mao como un gran Buda miraba por encima de todos, con expresión de que esos 25 millones de muertos le importaban un carajo.
Cuando las sociedades se sienten amenazadas de alguna forma tienden a escoger los liderazgos dominantes.
Los manuales definen un decálogo de condiciones que hacen a un buen líder (somos obsesivos con los decálogos). Las más importantes son: comunicación efectiva, empatía, integridad, visión, resolución de conflictos, capacidad para delegar, y para conformar y coordinar equipos de trabajo.
Los mismos manuales señalan también (en otro decálogo) cómo un mal líder puede disimular tratando de quedar bien. Algunas de estas estrategias son: manipular la información, culpabilizar a otros, distraer con un exceso de carisma, minimizar problemas reales, desviar la atención, fomentar la división y silenciar o desacreditar a sus críticos. Sin embargo, no obstante todos los esfuerzos es muy difícil que genere buena conexión con su equipo, que cree un clima laboral propositivo y que construya confianza y lealtad entre sus colaboradores.
Es muy posible que el liderazgo sea un rasgo que se haya desarrollado en la evolución (tanto biológica como cultural). Al fin y al cabo, el buen liderazgo es una ventaja evolutiva cuando se enfrentan situaciones que requieren movilizar a un grupo. Los cardúmenes de peces y las bandadas de aves migratorias parecen obedecer la dirección de algunos ‘escogidos’.
Nuestros primos cercanos, los chimpancés y los bonobos, también eligen líderes que los guían, pero son diferentes estilos de guía. Los evolucionistas hablan de liderazgos ‘dominante’ y ‘de prestigio’. Los chimpancés parecen usar el primero que es impositivo, los bonobos el segundo. Los humanos optimistas quisiéramos parecernos más a los bonobos que concilian amistosamente (a veces más que amistosa, amorosamente).
Posiblemente estamos en el medio, pero la evidencia histórica parece mostrar que cuando las sociedades se sienten amenazadas de alguna forma tienden a escoger los liderazgos dominantes. Los políticos se han dado cuenta de eso y tratan, de todas las maneras posibles, de que nos sintamos amenazados. Ese es su seguro de poder.
MOISÉS WASSERMAN