En cualquier programa educativo moderno vamos a encontrar como propósito fundamental la formación en el pensamiento crítico. El motivo no es meramente académico; hoy está claro que no solo la generación de nuevo conocimiento y la invención se dan mejor en mentes formadas en él, sino que la convivencia social y las grandes decisiones políticas y económicas se ven muy favorecidas si quienes gobiernan piensan críticamente.
Algunos maestros creen que para formar en pensamiento crítico deben ejercitar a sus estudiantes en la crítica de textos ajenos; están equivocados. Este se adquiere criticando los propios. Algunas cosas no cambiarán al final, pero si el proceso educativo fue exitoso, sobrevivirán solo aquellos que pasen confrontaciones rigurosas.
Una de las definiciones, entre muchas, es de la Fundación del Pensamiento Crítico. Dice que es “un proceso intelectual disciplinado para conceptualizar, aplicar, analizar, sintetizar y evaluar de manera activa y hábil la información recopilada o generada por la observación, la experiencia, la reflexión, el razonamiento o la comunicación, como guía para creer y actuar”.
Ser crítico no es inventarse una teoría contraria, es el proceso de demostrar, con todo el rigor y sin autocomplacencia, que es correcta.
En una columna reciente, Juan Esteban Constaín (‘¿El lado correcto?’, EL TIEMPO, 1/6/2023) aborda magistralmente uno de los importantes problemas derivados del fracaso en implementar el pensamiento crítico. Como señala bien, el resultado ha sido que los indignados, de uno y otro lado, “... harán lo mismo que tanto los ofendía, pero siempre encuentran un motivo de secta y de capilla para legitimar sus acciones y darles una interpretación distinta a la que habrían urdido si en vez de ser ellos fueran sus enemigos”.
Cita a George Orwell, una mente extraordinariamente libre, que, firmemente convencido de sus ideales socialistas y de izquierda (combatió con los republicanos en la Guerra Civil española), fue capaz de ver problemas entre los suyos y de criticar agriamente sus inconsecuencias en pensamiento y acción. Sus libros 1984 y La granja de los animales son advertencias maestras contra el fanatismo y el dogma. Le dolían más las incoherencias de sus amigos que las de sus enemigos (así debe ser).
En un ensayo de 1948, Orwell se refiere a textos controversiales que “son juzgados antes de ser leídos, de hecho antes de ser escritos... infortunadamente aceptar una responsabilidad política significa hoy rendirse incondicionalmente a ortodoxias, con toda la deshonestidad que eso implica”.
Otro pensador progresista, de izquierda, y ejemplo de pensamiento crítico fue Bertrand Russell. En una conferencia de 1922, ‘Librepensamiento y propaganda oficial’, arremetió, como su nombre sugiere, contra las ortodoxias. La inició refiriéndose a un ensayo del filósofo americano William James titulado Voluntad de creer, diciendo que él preferiría la voluntad de dudar. Agrega más adelante que “lo que se necesita no es la voluntad de creer, sino el deseo de averiguar, que es exactamente lo contrario. Si itimos la duda racional como deseable, debería uno preguntarse cómo es que hay tanta certeza, tan irracional, en el mundo”.
irador de la revolución bolchevique en sus inicios, la criticó duramente cuando la conoció de cerca. Como anécdota cuenta su encuentro en Petrogrado con el poeta Alexander Block, que pasaba penurias. El establecimiento le ofreció dictar un curso de estética, pero con la condición de que fuera desde un punto de vista marxista. Le comentó a Russell su perplejidad ante la tarea de conectar la teoría del ritmo con el marxismo. Pero la necesidad se impuso; no le quedó más remedio que inventarse una teoría.
¡Buena advertencia la de Russell! Ser crítico no es inventarse una teoría contraria, es el proceso de demostrar, con todo el rigor y sin autocomplacencia, que es correcta.
MOISÉS WASSERMAN