Mientras los diarios nacionales encabezan sus portadas con información sobre los planes y precios del turismo internacional, la información sobre las profesiones más buscadas en el exterior, los últimos robos con pistola, o la lista de desaparecidos de la semana, el diario ‘El País’ de España abre con un informe sobre el hambre en Colombia.
Según el artículo, el 54 % de los colombianos sufren inseguridad alimentaria. Entre 2019 y 2020, la pobreza aumentó un 30 %. Además, ese círculo parece cada vez más difícil de romper cuando los colegios públicos no retoman las clases (son el 75 %) y más de siete millones de colombianos viven con menos de 140.000 pesos mensuales. ¿Por qué no estamos hablando de pobreza extrema? ¿De necesidad? ¿De niños que han perdido más de un año de escolaridad?
Al ver la lluvia de críticas, en gran medida negativas, que llueven sobre la reciente película ‘No mires para arriba’, pienso que más allá de si es buena o no, como sátira engloba la irritante exasperación que marca el tono en redes sociales, medios de comunicación y discursos de poder de nuestro tiempo. Basta con echar un vistazo a nuestros propios medios para entender que, si bien es importante cubrir la noticia sobre la captura de Jhonier Leal como presunto asesino de su hermano y de su madre, hay algo perverso en que se nos vaya la vida en esa bomba de historias personales que combinan sexo, violencia, mentiras, venganza y corrupción.
Junto a la historia de los Leal está la del hombre que acabó hospitalizado tras tomarse una pastilla de Viagra con una copa de champaña. Y aunque también aparezca una nota sobre el desolador informe de HRW (Human Rights Watch) respecto al abuso de la violencia por la Fuerza Pública en el país, no hay que ser un experto en comunicaciones para adivinar cuál de estas noticias es la de menor tráfico. Al buscar ‘noticias más vistas en Colombia hoy’, lo primero que aparece es la carcajada de un bebé que se volvió viral, seguida por la ocupación hospitalaria y la falta de sangre en las UCI.
‘No mires para arriba’ muestra hasta dónde a los humanos solo parece importarnos la satisfacción inmediata. Ese afán desmedido y egoísta de complacencia como principal motor vital nos impide emprender proyectos colectivos y nos limita a la onanista satisfacción individual. Nos quedamos congelados en los chismes de la farándula, las discusiones de los políticos de turno, el video viral del momento. Vuelvo a ver otro meme de Claudia López, y pienso en las criaturas ensimismadas y ansiosas de risotadas fáciles en las que nos hemos convertido.
El más reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo abre su presentación diciendo: “La confianza es el problema más acuciante y, sin embargo, el menos abordado al que se enfrenta América Latina y el Caribe”. No es para menos. Somos una región que no confía. No confiamos en nuestros políticos, tampoco en los empresarios ni en los funcionarios públicos, mucho menos en la Policía. No confiamos en nuestros vecinos y, muchas veces, ni siquiera en nuestra propia familia.
Pues resulta que, para comenzar un cambio verdadero, la confianza es el capital cívico que necesitamos. Sin confianza no hay posibilidad de establecer acuerdos ni consensos, desaparece el ideal de un bien común, así como el concepto de solidaridad y de ciudadanía activa. Como bien dice Francis Fukuyama, la confianza es el cemento de la cohesión social y del civismo. Según los expertos, la desinformación, la impunidad y los impulsos comerciales a cualquier costo y las fórmulas populistas son algunas de las causas que han llevado a esta crisis.
En conclusión, para salir de la espiral del chisme, el linchamiento en redes y la fugacidad de estas dinámicas de sanción y elogio que se extinguen como llamas sin dejar resultados necesitamos trabajar sobre la confianza que nos permita trabajar sobre proyectos colectivos.
MELBA ESCOBAR