Asomarse un rato a las redes sociales es navegar entre avisos clasificados que anuncian el apocalipsis enfrentados a los que pregonan el comienzo de un mundo nuevo. Para lo primero, basta mirar el estado del planeta. De la época de la Guerra Fría que surgió de la confrontación entre comunismo y capitalismo, hoy en día la polarización se plantea entre autocracias y democracias. Vladimir Putin encarna al caudillo que es capaz de todo, mientras Joe Biden comanda la alianza que busca debilitarlo.
El problema es que el liderazgo de los Estados Unidos deja mucho que desear, dadas las contradicciones en su discurso sobre las libertades individuales o la propia debilidad de quien ocupa la Casa Blanca. Aun así, se celebró en Madrid la cumbre de la Otán cuyo anfitrión fue Pedro Sánchez, tras la cual quedó en claro un giro geopolítico profundo, que en la práctica nos devuelve a la bipolaridad de antes. Ante esa realidad muchos optan por escoger bando, como es el caso de Suecia y Finlandia, que pidieron sumarse al club de defensa del Atlántico Norte, atemorizadas por el expansionismo ruso.
¿A dónde nos va a llevar este realineamiento? Por ahora, solo es claro que la inflación mundial se ha disparado a causa de los cereales y combustibles que ya no pueden exportarse desde Rusia y Ucrania. Además, las amenazas son múltiples. Si la guerra se prolonga, dijo ayer el historiador Antony Beevor para ‘El País’ de España, se podría desatar una catástrofe global que incremente el hambre y las dinámicas de odio.
En medio de la incertidumbre europea, del dolor por una guerra que se prolonga indefinidamente, de la Corte Suprema politizada en Washington, de las evidencias sobre la participación directa de Trump en la toma del Capitolio, de la muerte de decenas de migrantes en Texas o en Marruecos, las noticias en Colombia nos devuelven la fe en que el futuro sí puede ser mejor. Porque, hay que decirlo, no estamos acostumbrados a escuchar a un ser humano como el padre Francisco de Roux hablar de atrocidades acumuladas durante décadas, para cerrar con un mensaje de esperanza.
Contraria a la tradición de negar el dolor, la sangre y la violencia, mirar a otro lado y pretender desconocer lo sucedido, la Comisión de la Verdad hizo un trabajo necesario para que podamos seguir adelante. A través de miles de testimonios, tanto de víctimas como de victimarios, podemos escuchar qué fue lo que pasó, qué nos pasó. Recoger lo ocurrido resulta doloroso, pero es la única manera de comenzar a sanar.
Este momento histórico de rendición de cuentas al país coincide con la llegada, por primera vez en la historia de Colombia, de un presidente de izquierda. Gustavo Petro nos ha sorprendido a todos con su invitación a la construcción de grandes acuerdos nacionales, sentándose a hablar con Álvaro Uribe Vélez, el mayor de sus contradictores. Esa manera diferente de hacer las cosas quedó sintetizada durante el acto en el teatro Jorge Eliécer Gaitán, cuando el presidente electo dijo, en el que considero su discurso más ecuánime, que “la verdad debe entenderse en el sentido de diálogo, de convivencia, de conversación”. Es decir, el informe entregado por la Comisión de la Verdad no es un punto de llegada, es más bien un punto de partida. El de una puesta en común polifónica donde miles de voces se unen para armar ese gigante rompecabezas de historias y verdades que van construyendo a una nación.
Al contrario de lo que ocurre a nivel internacional, donde el temor por los alcances de la guerra es hondo e incierto, en Colombia acaba de encenderse una luz hacia la verdadera reconciliación. Sin sacar el fierro, sin irnos a los golpes, estamos invitados a escucharnos los unos a los otros mientras nos permitimos creer que la hora de la paz nos ha llegado. No van a faltar las tensiones ni los desencuentros. Pero, a pesar de esto, ya el camino está trazado, ahora solo tenemos que recorrerlo juntos.
MELBA ESCOBAR