Escribo esta columna antes de conocer los resultados de las elecciones presidenciales de ayer, información que usted ya conoce a la hora de leerla. No podré hablar de si Petro o Rodolfo harán o dejarán de hacer esto o lo otro. Puedo, sin embargo, y quizá también debo, hablar de lo que compartimos como información tanto usted, querido lector, querida lectora, como yo.
Para comenzar diré que está cada vez más claro que “es la razón la esclava de las emociones, no al contrario”, como diría David Hume. Somos, pues, un estómago que siente y desde ahí entreteje historias y recuerdos, citas y datos. Somos, al fin y al cabo, un hígado o un corazón que según lo que siente, explica. Somos un amasijo de sesgos, miedos y entusiasmos encargados de capitanear la vida y de vivir en comunidad desde esa mirada fragmentada y estrecha (pero única). La razón es comandada por las emociones, no al contrario. Para la muestra, las elecciones de ayer.
La vuelta de tuerca que puso a Hernández en primera fila en la primera vuelta electoral estuvo en enfrentar a un gran personaje convirtiéndose a su vez en otro gran personaje. En el relato simplista de mensajes publicitarios diríamos que el político de izquierda obsesionado con el contrato social se enfrente con una suerte de Trump criollo obsesionado con el trabajo y la productividad. Sabemos que todo esto suena un poco a caricatura, pero de tópico en tópico se van haciendo ideologías, pero, sobre todo, van germinando emociones políticas.
Lo interesante de estas elecciones atípicas ha sido que estos dos enormes personajes (enormes en términos narrativos y la política no es otra cosa que narrativa) son capaces de despertar las más profundas pasiones. Y, sin embargo, con lo distinto que resulta el que baila en un yate del que boga en chalupa, en este país que sufre duro y parejo, estos dos especímenes sintetizan la idea de cambio que tienen la mayoría de colombianos. Ambos encarnan el símbolo de acabar con el clientelismo y la corrupción. Ya sé, me van a decir que Hernández tiene un proceso en curso en la Fiscalía, luego qué cambio podría representar un presidente con un proceso judicial. Otros dirán que Petro se ha aliado con figuras tan cuestionables como Roy Barreras y Armando Benedetti. Y seguramente todos tienen la razón. Y es que no hay verdades únicas ni absolutas, justamente por eso existen las democracias, para que cada quien tenga la oportunidad de manifestarse. Pero aunque no hay verdades únicas, sí tenemos un único presidente.
Si bien muchos han hablado de fraude, incluso semanas antes de las elecciones, a las instituciones hay que darles el beneficio de la duda. Si bien tenemos motivos de sobra para desconfiar de un Estado que tantas veces nos ha hecho sentir huérfanos y humillados, sin confianza no anda la democracia. Es por eso que a la mitad de colombianos que se despiertan descontentos este 20 de junio quiero recordarles que la otra casi mitad de colombianos piensa que este que ganó es el que sabrá llevarnos por mejor camino. Así que antes de desaprobar al recién llegado, propongo que le demos unos meses de gracia. Porque si el capitán se hunde, nos hundimos con él. Es por eso que este es el momento de ser razonables, de acallar nuestras locas pasiones de hinchas para observar con detenimiento los movimientos del nuevo antes de condenarlo.
Sobra decir, no estoy hablando de abandonar un sentido crítico ni dejar de hacer las veces de observadores ciudadanos, que también nos corresponde. Me refiero a entender que estamos en el mismo barco, queramos o no, luego lo mejor es llegar a tierra firme sanos y salvos. Para eso, partir de la confianza ciudadana será necesario por más trabajo que nos cueste. Al nuevo capitán, sea quien sea, solo me queda desearle buen viento y buena mar.
MELBA ESCOBAR
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