Agua bendita

La primera vez que oí al presidente Petro hablar del país como potencia mundial de la vida, pensé que se refería a que lideraría una campaña global de protección del Amazonas colombiano, esencial al ciclo planetario del agua, las lluvias del África, las grandes praderas norteamericanas, como se expuso en el editorial de este diario ‘SOS Amazonas’ (12 de febrero de 2006), y a la protección del 50 % de los páramos del mundo, que albergan estas cordilleras, a la descontaminación de ríos soberbios –convertidos en cloacas– y a la conservación de los glaciares amenazados con desaparecer del todo esta década, porque resulta evidente cómo esas iniciativas pondrían al país en la vanguardia de la solución de uno de los problemas más desafiantes de la humanidad del siglo XXI: la escasez del agua.

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El problema es inmenso: cada amanecer, cerca de 2.000 millones de personas despiertan sin agua potable; cada año, cerca de 300.000 niños menores de 5 años mueren por aguas contaminadas, casi el 50 % de los municipios de Colombia –que excede, y de lejos, el promedio global de agua disponible– adolecen de suministro idóneo. Y lo que podría venir da escalofrío:

Hasta hace poco vivíamos bajo la ilusión de un planeta en que sobraba el agua, pero la realidad es otra. Y es árida. Los mares contienen el 97,5 % del agua, salina. Cerca del 1,75 % yace congelada en glaciares, bajo tierra, o en los cascos polares, y así la humanidad, su agricultura, solo dispone del 0,75 % del agua planetaria y cerca del 60 % sale del 0,3 % del agua superficial que existe. F. Rijsberman, del Instituto de Manejo del Agua de Sri Lanka, advirtió en el 2003 que si las tendencias no se reversaban –y no se han reversado–, para 2025 las pérdidas anuales equivaldrían a la producción de granos de India y Estados unidos combinadas.

Hace un siglo la humanidad consumía la sexta parte del agua que consume hoy; se proyecta un aumento del consumo de hasta el 50 % para el 2050 y nos acercamos al consumo anual de 4.600 kilómetros cúbicos –próximo al máximo sostenible sin agotar los depósitos acuíferos–, que, de suceder, llevarían a tres billones de personas a no tenerla hasta convertirla, como dijo Ariel Sharon en su autobiografía, en “casus belli”, la única causa de guerra que nos faltaba. Siete estados del sur norteamericano y dos de México dependen del río Colorado, que ha perdido más del 20 % de su caudal. Australia, Italia y España están amenazadas.

Ahora, las políticas de remplazo de combustibles fósiles por biocombustibles deben incluir en sus ecuaciones el que a la soya le toma hasta 9.00 litros para crecer, que genera un litro de biocombustible, y hasta 4.000 para hacer crecer el maíz que se transforma en bioetanol. Antes de asumir que es una panacea, conviene hacer el difícil balance entre calentamiento global y agotamiento del recurso hídrico.

Aplicar una política capaz de garantizarle agua de calidad a todo este país es viable. Profundos y acertados análisis recomiendan lo que se debe hacer, como el reciente ‘Estudio nacional del agua’ (ENA), preparado por expertos del Ideam y revelado por este diario. En el momento, un porcentaje muy significativo de la nación adolece o está cercano a sufrir escasez, así como la generación hidroeléctrica. Ningún país puede llamarse a sí mismo potencia mundial de nada, menos de la vida, si teniendo el recurso permite que su gente viva sedienta.

Colombia debe surtir a sus habitantes y puede constituirse en guardián de la perpetuación global del ciclo del agua. Proponérselo y lograrlo, no cabe duda, generaría una enorme solidaridad mundial, financiación decidida, como la de una reciente donación que pasó casi incógnita, destinada a recuperarles tierras a los páramos y apoyo político. ¿Cómo sería si la preservación del agua se convierte en bandera nacional? Colombia, potencia mundial del agua y, así, de la vida; tiene todo el sentido.

MAURICIO LLOREDA