En una clase universitaria del pénsum de cine, con las lecturas y el análisis de pasajes pertenecientes a 'Don Quijote de la Mancha', un anciano profesor de la Universidad Nacional se apropia del personaje y representa imaginariamente sus andanzas, dramas reprimidos y frustraciones de la vida real. Con fondo musical punk, el soporte de un Sancho Panza que se desempeña como trabajador de pesebrera y las idealizaciones de una Dulcinea contemporánea, se recrean los ensayos teatrales de cierto espectáculo estudiantil cuyo protagonismo tuvo que haber sido adjudicado a quien vivió en carne propia las amarguras y los recuerdos detenidos e intermitentes de su triste pasado (don Alonso Quijano, el Bueno).
El Caballero de la Triste Figura, en sus dos ediciones de hace algo más de cuatrocientos años, se convirtió muy pronto en uno de los grandes referentes de la literatura universal tanto hispanoamericana como europea y rusa. Porque “en todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que esa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre”, en 'Diario de un escritor’ (Fiodor Dostoievski, 1876). Más allá de satirizar las novelas de caballería en boga y dejar un retrato del perdido esplendor ibérico, tal obra monumental simboliza las confrontaciones de románticos ideales en medio de penosas realidades, aquel concepto de lo racional e imaginativo en contra de la intuición popular y el universo derivado de la poesía antigua en transición hacia las narrativas modernas.
En cuanto a la película en referencia, escrita y dirigida por la cineasta santandereana Libia Stella Gómez Díaz, se arma una forzada o enredada ficción que pretende explicarnos el porqué de sus excéntricas actuaciones para remontarnos a un secreto familiar no del todo dilucidado en el contexto de una lamentable, aunque histórica realidad nacional. De la capital relativamente reciente del TransMilenio y los domiciliarios, a la Medellín de treinta años atrás en medio del sicariato de las comunas y el narcoterrorismo de entonces. Siendo muy delgada la distancia que va de la cordura a la locura, en opinión del decano de la facultad de Artes personificado por Humberto Dorado, nos queda la impresión de haber asumido esa situación personal no como parodia del establecimiento sino de simple pretexto para esclarecer algunas mentiras protagónicas –incluidas las de un Sancho degradado de la biblioteca al establo–.
Si “lo que importa es el personaje, no el texto”, según se oye decir en el salón de clases, vale analizar positivamente los alcances interpretativos de tres de ellos. Destacable el papel principal que debió haber recaído en Manuel José Sierra (q. e. p. d.), cuando transparenta el estado enfermizo y debilitado de quien, no obstante recitar incesantemente los parlamentos de rigor, deja entrever sus altísimas capacidades profesionales. Viene, enseguida, la innegable gracia popular emanada por el leal escudero personificado por Álvaro Rodríguez, el que se convertirá en investigador privado a la búsqueda de os familiares del anterior. Finalmente, la talentosa estudiante apropiada del carácter idealista atribuido a Dulcinea del Toboso y cuyas audiciones como cantante punk traspasan los perfiles asignados. Ella, parecida a una Lady Tabares alternativa, se llama Brenda Quiñones.
Grabada en resolución digital (4K) y HD (Alta Definición), esta primera referencia del cine colombiano al magnífico Miguel de Cervantes Saavedra, guarda el equilibrio propio de un ejercicio estudiantil y les rinde reiterados homenajes a las locaciones o facultades de la alma mater. Siendo el tercer largometraje argumental de su autora, antecedido por 'La historia del baúl rosado' (2005) y 'Ella' (2015), mantiene cierta fascinación por aquellos dramas sociales que bordean aspectos misteriosos con una propuesta en particular alusiva al punk urbano, aquí justamente llamado Desarme Rock Social, y una canción dura titulada 'Es el baile contra la motosierra'.
Mauricio Laurens – Cine al Ojo