En una de esas charlas que ahora se hacen por Zoom, y que han resultado más interesantes que las presenciales, María Carolina Guzmán y Antonio Elizalde relacionaron la amenaza que vivimos con el armamento nuclear que espera (palabra pavorosa) en las santabárbaras de algunos países. No recuerdo si fue ese día (o en otra conversación de Zoom) cuando vino a mi mente una obra que recomendé a Danilo Rojas, Copenhague (Frayn, 1998). Que recrea las conversaciones entre los físicos Bohr y Heisenberg sobre la bomba que finalmente estalló en Hiroshima.
¿Ideas del confinamiento? Probablemente, pues esto del Zoom parece haber venido con la virtud de situarnos en un lugar de soledad (y acaso de indefensión) frente a esa convulsa realidad que es el mundo. Allá están los amigos, es cierto, pero cada uno de ellos también está solo (e indefenso, quizá) asomándose al mundo por un computador. Un delgadísimo hilo hecho de miedos (cruzadas incertidumbres) parece conectar, a través de las plataformas, a los seres humanos de esta época. Para que caigamos en cuenta (se dice) de que la amenaza del covid-19 es la misma del arsenal nuclear en manos de algunos orates, y la misma del antropoceno o la crisis climática (en manos de esos mismos orates).
No estamos frente a crisis separadas, sino en el corazón de una megacrisis que creció durante el siglo XX y ahora emerge de nuestras pantallas atenuada tan solo por el Net-flix, la música y las caras queridas que por allí se asoman.
La de Elena, en mi caso, que empieza a vivir en un mundo donde la gente es una serie de cuadritos que suelen aparecer en el computador de sus padres. Hablan un rato como locos aparecidos y luego se apagan. Leo lo último de Chomsky por recomendación de Manuel Rodríguez. Cooperación o extinción (lo lanzaremos con Random House el próximo miércoles), y ¿qué encuentro en el capítulo 1? Amenazas gemelas: el armamento nuclear y la emergencia climática. Entonces recuerdo que en la Universidad de Chicago hay un reloj que marca la alerta doble, y que ya está muy cerca de la medianoche, el Doomsday Clock. Faltan cien segundos.
Escribo esto el día que Leopold Bloom salió a dar un paseo por las calles de Dublín, y todavía lo está dando. Fue en 1904, y ahí empezó todo esto. No puedo asegurarlo, pero es una intuición que me acompaña desde hace mucho tiempo. Ahora ha vuelto por Zoom, como un presagio de rostros cuadriculados. Otro día hablaré de ello.
Manuel Guzmán- Hennessey
@GuzmanHennessey