Ángel de la guarda, mi dulce compañía, no nos desampares ni de noche ni de día, ni en el coche ni en la vía, restaurante o panadería, hasta que me pongas en paz y alegría, con todos los ángeles, Jesús y María. Amén. A todo hay que recurrir ahora, inclusive a extender esta oración al ángel protector de cada quien ante lo que está ocurriendo en las calles de nuestra querida Bogotá –y en el país–, donde esta semana delincuentes y sicarios parecen haberse puesto de acuerdo para ponernos contra la pared.
Ya hemos visto que los hampones aparecen hasta en la sopa, pues se dedicaron a asaltar restaurantes, donde el plato fuerte resulta ser atraco a la parrilla, pero de la moto. Que no es nuevo. Esa carta ya nos la habían pasado los miserables hace un tiempo.
Ayer iban 11, y eso es mediático. Porque cuando uno va a almorzar, lo menos que espera es que haya hampones al acecho en busca del celular, el reloj, la cadena. Es entonces cuando a la ciudadanía se le pone la piel de gallina, siente indefensión y miedo, y el humo, no de la cocina, sino a veces de las armas, se hace viral y recorre el mundo...
Más si, ante la falta de policía y ante la ira que da ver la frescura y agresividad de los delincuentes, un ciudadano reacciona y da de baja a los supuestos delincuentes. Y hay más alarma y miedo si a pocas horas el sicario se lleva la vida de un empresario a plena luz del día, entrando a su oficina. Un hombre que siguió hablando por celular, segundos después de recibir los impactos de arma con silenciador, como si nada, hasta que se desgonzó. Una escena tan increíble como impresionante, que ni el mejor guionista de cine imaginó. Y más tarde otro expolicía muere en un cruce estilo Oeste con unos fleteros.
La situación es difícil, pero ni magnificarla ni esconderla debe ser la norma. Y eso sí, actuar.
Eso pasó en pocos días en Bogotá, donde también hay un presunto sicario capturado y varias bandas; una de fleteros y otra que atracaba en los cerros han sido desarticuladas en los últimos días; en enero hubo una reducción del 23 % en homicidios, también bajó el hurto a personas. De diez delitos de alto impacto, ocho presentaron importante disminución. Aunque la extorsión ha crecido mucho. Pero la istración y la Policía trabajan. Esta se sacrifica, pone dolorosas cuotas. Pero cuando llega una rata a la mesa, no se puede esconder la gravedad del hecho.
Eso lo sabe y lo acepta el alcalde Galán, una de cuyas apuestas principales de gobierno es la seguridad ciudadana. La situación es difícil, pero ni magnificarla ni esconderla debe ser la norma. Y eso sí, actuar. Se necesita más pie de fuerza, como decía el Cojo Nudo, un viejo arriero de mi tierra. Se necesita que la Policía y la Alcaldía trabajen de la mano con la Rama Judicial. La justicia aquí es clave. No puede ser que casi todos los delincuentes capturados tengan cuentas pendientes, algunos con más entradas a la cárcel que a la casa; se necesita más tecnología; requisar día y noche, porque nadie puede andar armado.
Se requiere más cooperación entre Bogotá y la Nación. Urge una cárcel amplia y segura, que creo está empezada. Y que la pirinola caiga en ‘todos ponen’. Un impuesto para la seguridad, aun en época de vacas flacas, muchos lo pagaríamos con gusto. Pero eso de ‘Bogotá camina segura’ tiene que ser realidad, pues esto es turismo, imagen, comercio, tranquilidad, vidas... Y se necesita ciudadanía que venza la indiferencia y denuncie. Somos los ciudadanos los que no podemos tener silenciador.
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No voy a despedir a Rodrigo Pardo García-Peña, simplemente porque nunca se irá. Pues un ser como él, honesto, claro, respetuoso, sin ninguna vanidad, culto, dispuesto a servir, estará todos los días en quienes tuvimos la suerte de conocerlo. Su estilo y el llevar como bandera el defender los sanos principios deben ser ejemplo en el periodismo y en la política. Por eso aquí seguirá entre nosotros.
LUIS NOÉ OCHOA