El tema más tratado son los 100 días de gestión del presidente Gustavo Petro, con una aprobación del 49,7 por ciento, según encuesta de Invamer. Se me hace bajito, como le decían al ‘Topolino’ Zuluaga.
Petro no ha cambiado en su estilo. Camina como Petro, actúa como Petro, es Petro. Llega tarde, como Petro. Yo creo que él, enemigo de las energías fósiles, entró con mucha gasolina, acelerando a fondo y lanzando propuestas every day, muchas verdes que te quiero verde. En hidrocarburos vino a aplicar su propuesta de campaña no exploración, no explotación, y eso nos costó, pues el momento que vive el mundo le sacudió las bolsas, las de valores, digo, subió el dólar y le mostró que la transición es a ritmo de bolero, “despacito, muy despacito”. Y creó el título para otro bolero de amor en bajo: incertidumbre.
Pero las circunstancias le han pedido al Presidente bajar un par de cambios. Y para bien o mal, con casi todos los partidos entregados, ha sacado sus reformas. Y reafirmó que su propósito máximo es la paz. Ojalá lo logre, pues aquí la violencia nos tiene en la mira. Por ejemplo, los líderes sociales siguen siendo asesinados, día de por medio. Cifras de Indepaz muestran, tristemente, que en octubre fueron acribillados 19 líderes sociales y defensores de derechos humanos.
Las buenas tradiciones, la lengua, los saberes hay que defenderlos, pero también los derechos humanos y la dignidad de las niñas y las mujeres.
En otro frente, no guerrillero, sino económico, está la pobreza. Según el Dane hay más de 19 millones de personas que viven con menos de 11.801 pesos al día y más de seis millones con menos de 5.730 pesos al día. Es decir, como vamos, con un dólar. Esos millones tienen derecho a vivir “sabroso”. Mientras tanto, sigue la corrupción, o sea, la rebelión de las ratas. Ese es otro aspecto en el que se debe jugar entero este gobierno.
Pero entre los numerosos asuntos, pienso, luego insisto, en la mujer y en la niñez. Tal vez por su viaje a la COP27, el Presidente no vio el impresionante informe de EL TIEMPO sobre el ‘Grito ahogado de las mujeres indígenas’. Este completo trabajo mostró cómo las niñas y las mujeres indígenas son víctimas desde hace muchos años de toda clase de violencias, además de pobreza, exclusión y desprotección.
No puede ser que aún haya etnias donde las niñas nacen con dueño. Las compran prácticamente en el vientre, como a terneritos finos, y pasados los 10 años se las lleva un hombre por unos chivos u otros animales, menos animales que los que negocian niñas. Y no puede ser que aún se practique la ablación (mutilación del clítoris), como hacen los emberás.
La violación sexual de niñas parece darse silvestre. Y los castigos dan tristeza. Por ejemplo, entre los kichwas, del Meta, la violación o abuso sexual, dice el informe, es castigada con tres fuetazos y una multa de 60.000 a 80.000 pesos. Doce dólares de los blancos. O de los verdes. Los emberás castigan la violación de una niña con 7 años de reclusión o trabajo forzado, pero si es mujer joven o madura, el castigo baja 4 años. El embarazo de niñas entre 10 y 14 es alto. También los suicidios de niñas indígenas.
Claro que aquí se dan casos de abusos hasta en TransMilenio. Y en los propios hogares. En cualquier parte. Según el Dane, este año han nacido 4.732 bebés de madres entre los 10 y los 14 años. Y a veces no hay ni fuetazos o cepo, que se sepa.
A mí me conmovió ese informe. Léalo, Presidente. Mírenlo, congresistas y líderes indígenas, ustedes que leen más español que sus mujeres. Las buenas tradiciones, la lengua, los saberes hay que defenderlos, pero también los derechos humanos y la dignidad de las niñas y las mujeres. La jurisdicción indígena no está por encima de la dignidad humana.
Es una tarea prioritaria. No puede ser que a muchas niñas de 10 años o algo más el Niño Dios, que ya viene, les traiga un bebé de verdad, mientras la justicia y las medidas siguen en pañales.
LUIS NOÉ OCHOA