La mitaca de EE. UU. mueve el cotarro mundial. Los demócratas conservan el Senado y los republicanos, al ganar mayorías en la Cámara, producen la salida de Nancy Pelosi de la presidencia de la corporación después de década y media como notable portavoz y de varios años como jefa de la oposición.
La octogenaria pro aborto y excomulgada es inventora de “las 100 horas del Congreso”, parodiando a Napoleón y F. Roosevelt. Atentaron contra su familia. Ha sido leal mosquetera de su partido, de las ideas progresistas y de dos presidentes demócratas. Defensora de derechos civiles y humanos, abogada controvertida de Taiwán, opositora a la guerra de Irak, blanco del intento de golpe del 6 de enero del 21 y dueña del Estado con su puño de hierro presupuestal, la Pelosi ejerció liderazgo indiscutible, reconocido por sus más enconados contradictores.
Fue la responsable de que nuestro TLC se demorara tres años más para la ratificación por causa de los ‘falsos positivos’. Lo apoyó en el gobierno Santos y financió sus programas para la defensa de líderes sindicales y para una mejor fiscalización de las normas laborales. Fue amiga de la paz del 16 y mantuvo los rubros del Plan Colombia.
La llegada de Kevin McCarthy a la presidencia republicana de la Cámara significa oposición al aborto, a la despenalización de las drogas, al fortalecimiento de la Otán, al matrimonio igualitario y a los derechos de los LGBTIQ+, amén de dilación en las ayudas militares como la de Ucrania o la nuestra. Las políticas fiscal y antiinflacionaria ya no tendrán la fluidez anticíclica de las dos mayorías demócratas en el Congreso.
Otro cuasioctogenario, Trump, aspira de nuevo a la presidencia retando a los republicanos a superar las divisiones que provoca. Con renovados trinos, regresa el controvertido billonario inempático, el que quería golpe de Estado hace dos años.
Biden, otro de ochenta, anunciará su aspiración a reelegirse y vendrá una campaña sin cuartel en una democracia insegura sobre su estabilidad.
Siguen pesando las decisiones de EE. UU. Con China parece haber menor enfrentamiento al cambiar la confrontación “por una sana competencia”, como lo dijo el propio Biden. Con Rusia bastó una llamada del presidente norteamericano a la Otán, para desarmar la movilización provocada por el misil ruso que estalló en Polonia, de la Alianza, lanzado desde Ucrania. Las metas medioambientales se mueven a voluntad de Washington, como lo probó la deslucida COP27.
Los precios de la energía dependen de los árabes, Rusia y Europa, pero más de las decisiones de exploración, explotación y uso de reservas de gas y petróleo en EE. UU. El valor de las monedas cambia con las decisiones de la Reserva Federal sobre tasas de interés y liquidez. Los índices bursátiles se mueven al ritmo de los datos sobre recesión o no en EE. UU. o sobre qué tan profunda sea si llega. Las relaciones del Tío Sam con Irán, las Coreas y la India definen el ánimo de Asia, aun con un líder chino reencauchado. Venezuela respira cuando EE. UU. hace un gesto de menor confrontación; Cuba lo espera.
La migración ilegal hacia el norte marca los asuntos humanitarios y de seguridad desde Arica y Manaos hasta Seattle y Nueva York, pasando por nosotros, Centroamérica, México y Florida. Twitter y TikTok penden de los entramados público-privados del Distrito de Columbia.
Petro, a diferencia de Duque, va jugando bien en ese tablero. Entiende que EE. UU. aún predomina y propone a las numerosas delegaciones de alto nivel que lo visitan cambios en la vieja agenda y temas nuevos: visas, drogas, Cuba, Venezuela, medio ambiente, deuda, paz con el Eln, desmonte del crimen organizado, reforma de la extradición, protección a migrantes y hasta Assange.
Para defender nuestros intereses hay que ser institucionales aquí y volver al bipartidismo allá. Solo así istraremos aceptablemente el nuevo poder en el Congreso y la visceral campaña presidencial que arrancó.
LUIS CARLOS VILLEGAS