El Parlamento bicameral, las “Dos Sesiones”, consolidó hace poco el poder imperial del presidente Xi Jinping: nombró directivos de su cuerda y aprobó un plan quinquenal inscrito en el Segundo Centenario, que empezará en 2049.
La Asamblea Popular eligió a Xi para un tercer período presidencial hasta 2028 –modificando la limitación de solo dos períodos en el poder– y a dos conocedores de la economía, Li Qiang como primer ministro y Han Zheng como vicepresidente; el uno, experto en asuntos rurales, y el otro, joven emergente de la “Quinta Generación”, exjefe del programa anticorrupción. Antes, en el Congreso del PCCh, tras la reelección de Xi como su secretario general, había tenido lugar la suave e irrevocable expulsión del expresidente Hu Jintao del gran salón, por no ser sumiso con quien fuera su segundo y hoy manda. Xi envió con el nombramiento de un nuevo mindefensa un duro mensaje: Li Shangfu tiene sanciones de EE. UU. por comercio de armas con Rusia.
Al señor Xi, atornillado en sus tres sillas pontificias de secretario del PCCh, presidente de la República y jefe de la Comisión Militar, nada lo amilana. Y los problemas con los 45 millones de hongkoneses, uigures y taiwaneses serán tratados con dureza sin consideraciones de derechos humanos y con la mira en sumar, no en dejar ir un metro cuadrado, ni un habitante. Seguirán las tensiones con EE. UU. en el Pacífico y la cercanía con Rusia, Irán y Corea del Norte. El rol chino, una vez ordenada la casa por el autoritario y misterioso Xi, es creciente, como lo han dejado ver la exitosa mediación entre Irán y Arabia Saudí y el plan de 12 puntos, con pedido de cese del fuego en Ucrania. La visita de Xi a Moscú aumenta la dependencia rusa de China, la cual mantiene la tendencia a dominar la escena mundial, en detrimento de EE. UU. y Europa, pero sin pasar la raya, posando de hacedora de paz.
Su influencia en América Latina crece: mientras de EE. UU. llegan solo temores e instrucciones, nada concreto, es difícil negarse a que China haga proyectos cruciales en los sectores real, logístico y tecnológico, como la Nueva Ruta de la Seda y la Franja. Trabajan en el metro en Bogotá (si los dejan), Hidroituango produce energía con colaboración china y dragas rojas limpian nuestros puertos. Es notoria su influencia petrolera y alimentaria en Venezuela, Argentina, Cuba y Brasil. Ofrecen 5G, que para muchos es instrumento de espionaje y seguimiento. Como depende de la energía y de la comida ajenas, está también en África.
Pekín aprobó un presupuesto militar de US$ 225.000 millones este año. Veremos un portaviones por mes, acorazados, modernos aviones de guerra, satélites y cohetería, apoyo al programa nuclear norcoreano, más globos espía, incidentes aéreos y marítimos y la “Gran Muralla de Acero” anunciada por Xi en respuesta a la alianza militar de EE. UU., Australia y el Reino Unido.
Del frenazo al comercio, con altos precios y escasez de fletes, contenedores, materias primas y chips, pasó a la iliquidez de bancos regionales y al conato de quiebra inmobiliaria que produjo la respuesta eficaz del Estado. China controla minerales básicos, es la gran acreedora de EE. UU. y define la estabilidad global. Al recuperarse, las previsiones de crecimiento mundial mejoran.
Allí se editan genes, clonan bebés y animales; aumentan sus cosmonautas, la IA y las sospechas de que la resiliente covid es de Wuhan.
Xi ha dicho que China ya es modestamente próspera y que en el centenario se consolidará como un estado socialista moderno, constructor de la multipolaridad. Después de la visita a Putin, otro autoritario, parecieran tener razón los que dicen que China no hace alianzas sino consigo misma y que el altruismo no hace parte de su política exterior.
El presente y el futuro son función de China, país distinto, con ambiciones globales que Colombia debe analizar con más cuidado que nunca.
LUIS CARLOS VILLEGAS