Mientras desde la presidencia se abren puertas tan riesgosas como la de una constituyente incierta y por fuera de las vías institucionales, así como se lanzan frases llenas de ambigüedad (ver “iremos hasta donde el pueblo nos ordene”) que naturalmente encienden alertas entre todos los demócratas, el país no pasa por un buen momento. En medio de una preocupante división social, de una grave implosión en el sistema de salud y de un crecimiento económico más lento que el de los tiempos de la pandemia, el futuro sigue definido por las dudas.
Pero la cada vez más frecuente ruta del pesimismo no puede ser una respuesta al difícil momento que vive Colombia, pues nubla cualquier mirada balanceada. Aun cuando soplan vientos de desafíos entre el caudillismo y la institucionalidad, son muchas las razones que tenemos los colombianos para no perder la esperanza en el futuro. Son diversos los factores y actores que pueden salvar al país de caer en el personalismo y todas las revanchas que trae consigo ese estilo de liderazgo.
Lo que podrá salvar a Colombia de un destino incierto no es otra cosa que sus instituciones, su constitución y las lecciones de su historia (y por supuesto también las de sus vecinos). Porque mientras surgen discursos que proponen reformar los fundamentos del Estado y acomodarlos a la mirada de un líder –así insista en que es “el pueblo” el que lo pide–, también han tomado fuerza voces desde diversos sectores que han pedido preservar y proteger el orden constitucional por encima de todo.
Precisamente la institucionalidad y la apuesta por reconciliar una nación dividida son las cartas que podrán salvarnos. Y ahí resulta verdaderamente significativo el rol que han cumplido actores como las Cortes, que desde el apego por las leyes han frenado medidas del Gobierno que van en contravía de la Constitución y de los derechos que esta consagra. También es especialmente valiosa la tarea realizada por varios medios de comunicación y voces de la oposición (sobre todo las que le han apostado a la sensatez antes que al escándalo) a la hora de denunciar los excesos y las contradicciones entre lo que el Gobierno ofrecía en campaña y lo que ahora hace desde el poder.
A su vez, el aporte de los empresarios, que se la han jugado por mantener la confianza y la viabilidad económica del país, a pesar de los discursos que tantas veces los han atacado y estigmatizado, definitivamente merece ser destacado. Y así parezca increíble decirlo, el Congreso ha sido una valiosa fuente de balance, discusión y contrapeso frente al deseo del Gobierno nacional de reinventarlo todo.
Todos los demócratas tendremos una tarea esencial en este cuatrienio: velar por la protección de la Constitución, la institucionalidad y las reglas de juego de la democracia. La puerta que abre el presidente Petro con su discurso es clara y llena de riesgos para nuestro sistema político. Con discursos como el de la Constituyente, el Gobierno contribuye de manera preocupante a afectar la estabilidad de las instituciones del país. En ese sentido, los demócratas debemos estar comprometidos con el respeto por los periodos de mando: que no duren ni menos, ni más.
No podemos dejarnos engañar. Así un líder insista en repetir que sus opositores no lo dejan gobernar, la separación de poderes y el sistema de contrapesos que consagra la Constitución de 1991 están lejos de ser un problema o un obstáculo. Todo lo contrario: son una garantía de que ningún presidente, ni el actual, ni alguno en el futuro, podrá pretender la concentración de todo el poder institucional en sus manos. Y habla muy mal de la noción de democracia de un dirigente que ante cada reto de poder que enfrenta, su respuesta sea siempre buscar la radicalización de sus seguidores y mostrar a las instituciones como enemigas de su proyecto. Si algo podrá salvarnos, ahora y siempre, será apostarle a la institucionalidad y no al personalismo de un líder.
FERNANDO POSADA
@fernandoposada_
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