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No podemos

No podemos permitir que el homicidio se convierta en entretenimiento. Este suceso lo tiene todo para ello. No podemos convertir esta tragedia en un 'reality'.

Laura Gil

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Vale más una sociedad que, ante un asesinato tan aberrante como el de Yuliana, reacciona con indignación que con indiferencia, así algunos lo hagan con excesos y populismos.
Dicho esto, cabe una advertencia. No podemos permitir que el homicidio se convierta en entretenimiento. Este suceso lo tiene todo para ello: una menor indefensa y pobre, un profesional de una familia conocida y acomodada, sexo y drogas y un intento de manipulación de la evidencia.
No olvidemos que al día cuatro mujeres son asesinadas y 122 menores, víctimas de violencia sexual, según datos del Instituto de Medicina Legal. Nuestra vigilancia debe estar encaminada al fenómeno delictivo en su conjunto.
En 1994, la fuga de O. J. Simpson en una camioneta blanca perseguida por decenas de carros policiales fue el inicio de la tendencia. Noventa y cinco millones de personas la siguieron en vivo. El juicio del deportista, acusado de la muerte de su esposa y un amigo, mostró cómo obtener ratings de un crimen de sangre. De ahí en adelante, la línea entre noticia y entretenimiento se ha tornado cada día más difusa. Basta ver la proliferación de series televisivas con base en crímenes reales.
La revelación del nombre del asaltante de Yuliana permitió una reacción popular de impacto preventivo para impedir las argucias jurídicas. No existe razón para pensar que la Fiscalía se alejó de los procedimientos regulares. Si así lo hubiese intentado, tampoco habría podido. La movilización sirvió para enviar mensajes, a la entidad, de seguimiento y, a los familiares de la víctima, de acompañamiento. Una ciudadanía informada contribuirá a la rendición de cuentas no solo del responsable, sino de la justicia misma.
Pero la justicia no se hace en las calles, ni en las pantallas de los televisores ni en la boca de los analistas mañaneros. Las autoridades judiciales necesitan espacio para avanzar, y el sensacionalismo puede interferir con una investigación.
Algunos medios buscan declaraciones de vecinos y parientes, antes incluso de que las autoridades puedan acceder a ellos, sin temor a poner en riesgo la investigación. ¿Cuántas veces un abogado defensor no ha destruido la credibilidad de un testigo con base en su testimonio en los medios?
Muchos responderán que el periodismo también ha ayudado al esclarecimiento de más de una verdad. Es cierto. Pero los directores de medios necesitan respirar hondo para no dejarse llevar por las demandas de una opinión enardecida, sopesando, caso por caso y paso a paso, el derecho a la información ante el derecho a la justicia. No se trata de proponer la autocensura sino el autocontrol para que se proteja el interés público, más allá del interés del público.
No podemos convertir esta tragedia en un reality. Los medios, por bien intencionados que sean, reaccionan a los ratings. Unos se negaron, primero, a publicar la identidad del presunto responsable, aun cuando ya era de conocimiento público, y luego publicaron el registro visual de la captura en una sala de hospital. Eso no muestra más que la oscilación de un exceso al otro.
En Estados Unidos, los familiares de menores asesinados conformaron Mine –'Murder Is Not Entertainment'–, un proyecto crítico del tratamiento mediático de estos casos. Los padres rechazan los cubrimientos noticiosos que, aun llenos de obligadas palabras de compasión, terminan trivializando su dolor. La satisfacción del morbo no rinde homenaje a las víctimas.
Laura Gil

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