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La verdad falseada

No es cierto que el 16 de mayo de 1984 hubiera muerto estudiante alguno a manos de las fuerzas del orden.

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No es cierto que el 16 de mayo de 1984 hubiera muerto estudiante alguno a manos de las fuerzas del orden. Es cierto, sí, que el viernes 7 de octubre de 1983 algunos estudiantes determinaron conmemorar el ‘Día del guerrillero caído’ –por ser un aniversario más de la muerte del Che Guevara–, conmemoración que terminó en un trágico enfrentamiento con la Fuerza Disponible. Hubo heridos y detenidos, pero lo más lamentable fue la muerte de Yesid González Perales, alumno de la Facultad de Artes.
La tensión desencadenada por estos hechos amenazó con desatar una crisis interna de graves consecuencias. Decidí entonces convocar a la comunidad universitaria a hacer acto de presencia como rechazo a la violencia y como voluntad de transcurrir en paz. Una multitud compuesta por directivos, profesores, estudiantes y trabajadores acudió a la cita. Con ellos marché a la cabeza por las calles de la Ciudad Universitaria y luego presidí un foro abierto en el que se acordó adelantar una cruzada en defensa de la universidad.
La institución siguió funcionando pese a episodios periódicos de violencia a cargo de elementos matriculados en la extrema izquierda. El malestar originado desde las residencias, y la obligación de contrarrestarlo, sin intervención de la Fuerza Pública, dio lugar a una campaña de amedrentamiento contra el rector. Mi despacho quedaba en el último piso de la torre istrativa, desde donde yo podía observar toda el área de la plaza Santander.
Al mediodía se había hecho costumbre que unos seis u ocho estudiantes llevaran, montado en una carretilla, un monigote de tamaño natural, con las manos atadas atrás. Lo colocaban en el centro de la plaza y hacían el simulacro de que lo fusilaban. El monigote llevaba al cuello un letrero que decía: "RECTOR". Los pocos estudiantes que a esa hora atravesaban la plaza pasaban derecho, otros miraban el fusilamiento y sonreían. Yo también lo hacía desde mi despacho, pero en el fondo sentía temor. En abril de 1984 fui notificado por el Eln de que había sido declarado “objetivo militar”, lo cual, conociendo los antecedentes, equivalía a una sentencia de muerte.
Dos semanas después viajé a Ginebra (Suiza), junto con el doctor Jaime Arias, a la sazón ministro de Salud, para representar a Colombia en la reunión anual de la Organización Mundial de la Salud, donde se iba a debatir el tema ‘Universidad y salud’. En la universidad corrió la versión de que el presidente Betancur me había sacado del país como consecuencia de las amenazas del Eln.
En mi ausencia fue ultimado el profesor Luis Armando Muñoz González, quien era director de la carrera de Medicina, y persona de todo mi afecto desde cuando fue mi alumno. Su muerte fue un acto cobarde, característico de los ajusticiamientos revolucionarios. Como no pudieron matarme, a cambio asesinaron al doctor Muñoz. El Comité Amplio de Profesores de la Universidad emitió días después un comunicado donde expresaba: “Las características del crimen, el estado en que fue encontrado el cadáver y el testimonio de que fue cometido contra una persona intachable en su vida personal y profesional hacen inevitable la asociación entre este horrendo asesinato y la situación interna de la universidad”.
Alcancé a estar presente en sus exequias. Apenas trascurridos dos días, el 16 de mayo, tuvo lugar en predios de la universidad un feroz enfrentamiento entre la Policía y sujetos embozados, con el saldo de 22 heridos, a bala unos, con ácidos y granadas otros. Hubo 123 detenidos, la mayoría de ellos encapuchados. Las autoridades secretas del Estado divulgaron que 37 eran guerrilleros del M-19 amnistiados. No hubo muertos, como se ha querido hacer creer. Me apesadumbra recordar esta secuencia de hechos, pero no puedo dejar oculta la verdad.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES

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