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La sublevación de los estudiantes

Afuera de donde se disputa esta cruel partida, se ha levantado un actor que pone a temblar la mesa.

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En realidad, no se trata de una partida de póker sino de algo mucho más macabro que, sin embargo, no deja de ser un juego: la geopolítica. Y lo que rueda por la mesa no son fichas, sino las vidas de miles de palestinos, entre quienes los muertos ya rondan los 35, 000 en más de 7 meses de guerra. Por supuesto, los jugadores sentados en esta mesa tripartita son el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, la cabeza de Hamás, el grupo suní que comanda la Franja de Gaza, Yahya Sinwar, y quien hoy lidera la potencia militar más impresionante que el mundo jamás haya conocido, Joe Biden.
Si logran incomodar lo suficiente los intereses de al menos uno de los tres jugadores de póker, se trata de la mayor esperanza con la que hoy cuenta el pueblo palestino.
Los tres cuentan con la posibilidad de golpear sutilmente la mesa con el puño para decir paso y poner punto final a este cruel teatro de la estupidez. El problema es que hay un factor adicional que tienen en común. Los tres han decidido poner la protección del trono en sus respectivos reinos por encima de las vidas palestinas, reusándose a respaldar de frente la única solución que puede traer algo de paz a la región: la creación de dos estados.

Por el lado de Netanyahu, quien alega tener escalera flor pero bluffea, la coalición parlamentaria que lo mantiene en el poder, compuesta por partidos sionistas y ortodoxos, ha condicionado su apoyo a la eliminación de Hamás, una tarea que no solo tardaría años, sino que es imposible de lograr sin una tragedia humanitaria aún mayor a la que ya padece el pueblo palestino. Por su parte, Hamás, con una mejor mano de lo que sus adversarios esperaban, parece dispuesto a sacrificar cada vez más vidas palestinas a sabiendas de que es el camino más directo para que se desplome el apoyo con el que cuenta Israel ante la comunidad internacional.

Y en lo que al mandatario norteamericano respecta, quien en esta ronda ha barajado las cartas y funge de dealer, ha preferido mantener un apoyo irrestricto a Israel, suministrando parte de la artillería con la que se comete este genocidio, en lugar de apostar sus fichas a la creación de dos estados, teniendo en cuenta que esto podría costarle el apoyo de los llamados moderados—que es otra forma de decir transaccionales—en su actual campaña reeleccionista. Palabras más, palabras menos, la suerte del pueblo palestino depende de tres jugadores de póker que tienen otras prioridades en la agenda.

Pero en las afueras de los aposentos donde se disputa esta cruel partida, se ha levantado un actor que amenaza con poner a temblar la mesa: los estudiantes. Es cierto que los movimientos estudiantiles que se han alzado contra el genocidio en Gaza desde Nueva York a México y desde Los Ángeles a Londres, no están exentos de peligrosas simplificaciones discursivas, históricas y morales. También es cierto que, en el pasado, los movimientos estudiantiles—desde mayo del 68 hasta Vietnam—han servido más para construcciones identitarias que para ponerle freno a las matanzas. Pero, en este caso, parecen contar con suficiente vigor como para incomodar los intereses electorales de Biden, condicionando su apoyo a que este respalde la solución de los dos estados. Esta, aún más que el acuerdo de Abraham que se negocia con Emiratos Árabes, es la mayor esperanza con la que hoy por hoy cuenta el pueblo palestino.

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