Aunque talentosos, estudiosos y honestos, muchos de nuestros macroeconomistas de élite están resultando altamente peligrosos para la estabilidad social, institucional y política del país, con su dogmática y ortodoxa terquedad.
Para la muestra un botón: la interesante entrevista que le concede el saliente gerente del Banco de la República, Juan José Echavarría, al analista sénior de este diario, Ricardo Ávila. Echavarría es hombre decente e inteligente que solo ha pretendido acertar y servir. Es un caballero a carta cabal y además debe recibir toda la solidaridad ante el difícil momento familiar que atraviesa.
Pero, en lo referente a las políticas económicas, como dice el dicho popular, de buenas intenciones está tapizado el camino al infierno. Las respuestas del doctor Echavarría dejan en cruda evidencia que en la junta del Banrepública no se ha entendido cabalmente la magnitud cotidiana de la tragedia de desempleo, pobreza, desigualdad e inconformidad social que se vive en los hogares.
Es como si el mandato de independencia frente al Ejecutivo, que en buena hora recibió la junta del Banco con la Constitución de 1991, fuera una licencia para la indiferencia y la lentitud. Y, advierto, profeso enorme respeto por los de la Junta, pero los veo como los habitantes de una burbuja protegida en la Jiménez con séptima a la que no le llegan los clamores de los microempresarios quebrados, de los industriales en dificultades, de los padres desempleados, de los niños con hambre.
Y no se trata de patrocinar reacciones calenturientas ni de presionar la adopción de decisiones improvisadas. Se trata, sí, de evitar la paquidermia frente a decisiones que requieren de mayor celeridad y se trata, también, de insistir en que independencia e indiferencia no son sinónimos, como tampoco lo son independencia y colaboración armónica.
Dice por ejemplo… “habría sido equivocado gastarse todo el arsenal en un comienzo cuando lo que viene es una prueba de resistencia”. Equivocado haberse demorado tanto en bajar las tasas, equivocado haberse demorado tanto en proteger los puestos de trabajo, equivocado haberse demorado tanto –y no es solo responsabilidad de ellos– en poner a funcionar los programas de subsidio a las nóminas, equivocado es no haberse involucrado a tiempo para asegurar que los beneficios de reducción de tasas y nuevas líneas de crédito les llegaran a las empresas, empresarios y personas que más lo necesitaban.
Equivocada la tardanza para comprender la catástrofe de desempleo que se venía, equivocada la lentitud en comprender el efecto que generaba la pandemia en una economía con un nivel tan alto de informalidad. Y el tema va más allá de la Junta del Banco.
Equivocado es seguir creyendo en una nueva reforma tributaria que aumente el recaudo extrayéndole más recursos al sector privado que genera empleo. Esto no es quitándole más plata al sector productivo, señores. Esto es con más gasto público.
Equivocado es haber eludido un debate a fondo sobre un keynesianismo del siglo XXI que acelere la disposición de recursos e inversión pública para evitar un estallido social. Y aunque es justo reconocer algunos aciertos de la Junta, una buena gestión cultural y la garantía de liquidez tanto en moneda nacional como extranjera, resulta un poco anacrónico sacar pecho con una inflación baja en estos tiempos de recesión.
Si las autoridades económicas, incluidos Minhacienda y gerente del Banco de la República, siguen creyendo que a esta crisis le pueden hacer frente de a poquitos y con poquito, si no entienden la necesidad de incrementar sustancial y urgentemente el gasto social, los próximos años en Colombia serán inmanejables.
Para que puedan hablar a profundidad sobre “el interés nacional como único objetivo”, deben oír las voces de la calle y ponerse en los zapatos de la gente que quiere salir adelante, pero que no ha tenido con qué hacerlo.
JUAN LOZANO