No es en Venezuela. No es en una película de terror. No es en África. Es en Colombia. En Puerto Carreño, y son niños de carne y hueso que esperan que llegue el camión de la basura para desayunar o almorzar.
Y cada uno de ellos, en medio de un enjambre de moscas cuyo sonido hace las veces de truculenta música de fondo, va escogiendo su bolsa para calmar su hambre... el niño de la cachucha amarilla, la niña de vestidito rosa, el niño de camiseta blanca, para lamer un plato sucio, para comer un banano podrido, para tomar un cuncho de gaseosa de alguna botella espichada.
Las imágenes que divulgamos en RCN hacen llorar al más frío de los mortales. Yo llevo décadas involucrado en programas de protección de la niñez y no había visto nada más desgarrador, nada más cruel. Porque es una rutina cotidiana, a plena luz del día, sin ocultarse, sin esconderse, a ojos vistas de toda la sociedad. Al parecer, los únicos en Puerto Carreño que no lo veían eran el alcalde y el gobernador, ante quienes resbalaban sin efecto las advertencias de la Defensoría regional.
Cuando nos contaron que eso ocurría nos pareció inverosímil. Parecía imposible que después de tanta retórica en favor de los niños eso pudiera suceder. Sin embargo, enviamos al experimentado periodista Jairo Patiño con el camarógrafo Ricardo Piñeros y sus asistentes, y lo que encontramos fue peor de lo que nos habían dicho y de lo que el diligente defensor del pueblo había advertido.
El sentido de urgencia vino de dos obispos bondadosos y comprometidos, monseñor Héctor Fabio Henao, director de la Pastoral Social, y monseñor Francisco Ceballos, vicario apostólico de Puerto Carreño.
Tan pronto fueron divulgadas las imágenes, una oleada de indignación y solidaridad recorrió el país, el tema se convirtió en tendencia en las redes sociales y muchos medios generaron importantes desarrollos. El presidente Duque, al término del consejo de ministros, ordenó una visita inmediata para impedir que esa infamia se prolongara. ¡Bien! Y con sincera prontitud reaccionaron el Procurador, el Contralor y la Vicepresidenta.
El asunto de fondo, sin embargo, va más allá. Mucho más allá. Y radica en que desde la expedición de la Constitución de 1991, ni el Estado ni la sociedad se han tomado en serio la prevalencia del derecho de los niños. Así de simple. Así de doloroso. Así de cruel.
El blablablá circunstancial de las campañas, las alharacas oportunistas, las lágrimas de cocodrilo, las falsas indignaciones, los entusiasmos intermitentes, los compromisos de dientes para afuera, la impostada solemnidad de los compromisos de algunos han terminado generando estas condiciones de sociedad troglodita en la que los niños comen basura. Eso es éticamente, moralmente, económicamente, políticamente inaceptable. Intolerable, inisible.
Después de la divulgación de la historia, la gente en Puerto Carreño relataba a nuestros periodistas más y más historias dramáticas, que pasaban por la prostitución infantil, el embarazo adolescente, los abusos sexuales contra menores, independientemente de su nacionalidad colombiana o venezolana o de su grupo étnico. Y estamos llenos de solicitudes, en diferentes rincones de la geografía nacional, referidas a una verdadera galería de denuncias estremecedoras.
Creo que ha llegado la hora de convocar una potente iniciativa nacional integral y profunda para identificar con rigor y serenidad las acciones necesarias para que los derechos prevalentes de los niños no sigan convertidos en letra muerta y emprender los procesos preventivos y correctivos adecuados para que a la vuelta de tres días no se les olvide a los gobernantes ni a la sociedad ningún niño de Colombia. Y, sobre todo, para que miremos al futuro con optimismo para construir una sociedad a partir de niños y niñas felices, amados, formados, nutridos, educados y protegidos.
JUAN LOZANO