En este gobierno, algunos ministros sectoriales parecen disponer de un margen para lanzar globos, alborotar avisperos, prometer lo imposible, promover ideas inconvenientes (algunas heredadas de momentos álgidos de campaña) y abrir encendidos debates, polarizando las fuerzas en el tablero político, hasta que aparece José Antonio Ocampo, ministro de Hacienda –denominado por muchos el “adulto responsable” del Gobierno– para tratar de retomar las autopistas de la sensatez.
José Antonio Ocampo, precedido de una importante carrera, es un economista respetado, experimentado y honrado. Pudo aceptar el cargo gracias a una licencia que le concedió su patrono, la prestigiosa Universidad de Columbia en Nueva York.
Ocampo es hombre amable y de buenos modales, genio templado y carácter firme que tiene una reputación por cuidar.
Ocampo no llegó al gabinete a aprender, como algunos de sus colegas. Ocampo no llegó al gabinete a buscar votos, como algunos de sus colegas. Ocampo no llegó al gabinete a representar políticos, como algunos de sus colegas. Ocampo tampoco llegó al gabinete a hacerse rico ni poderoso, ni a tramitar aspiraciones futuras. Ocampo, estoy convencido, llegó al gabinete a prestar un servicio patriótico bastante desinteresado en un momento crucial.
Por todo lo anterior, ni la reforma pensional, ni la reforma laboral ni la versión final de la reforma a la salud, entre los más de 800 proyectos que se tramitan en esta hemorragia legislativa, conocerán su versión definitiva sin que se conozcan y se estudien los conceptos pormenorizados y los estudios de impacto macroeconómico y fiscal sustentados por José Antonio Ocampo.
Y no es simplemente un requisito de ley que hoy existe y que exige que todo proyecto que genere impacto fiscal tenga aval del minhacienda. En el pasado, algunos ministros de Hacienda por no quedar mal con el presidente de turno mandaban carticas malucas de pocos párrafos, cumpliendo con el requisito de extender el aval, pero sin profundizar en las cifras, y los Congresos pupitreadores empalagados de ‘mermelada’ lo aceptaban sin chistar.
Con Ocampo, estoy seguro, la cosa no será así. Un hombre de su talante no puede comprometer su nombre ni arriesgar su prestigio nacional e internacional extendiendo avales a proyectos que sean impagables, que tiñan aún más de rojo las finanzas públicas y que hagan intapables los huecos fiscales.
Los proyectos deberían radicarse con concepto detallado del minhacienda, para evitar alborotos populistas, desgastes innecesarios y batallas estériles. Pero así no ha ocurrido, y el ministro ha dicho que se reservará para intervenir en el transcurso de los debates. Ojalá lo haga muy pronto y no deje prosperar ideas malsanas o dañinas que puedan estar contenidas en los proyectos iniciales, o en los pliegos de modificaciones o en las proposiciones firmadas por los congresistas. Urge su voz, ministro, en particular sobre las controversiales reformas pensional y laboral. Basten 4 ejemplos.
¿Tiene razón Anif al afirmar que con la nueva ley el pasivo por mesadas subiría hasta 249 % del PIB en 2070 y que esto generaría “un fuerte golpe al ahorro, a la sostenibilidad fiscal y se pondría en alto riesgo la posibilidad de pagar las pensiones futuras”?
¿Tiene razón Asofondos cuando advierte que la pensional es insostenible y afecta a los más jóvenes, que se llevarían la peor parte y sus pensiones quedarían en vilo?
¿Tiene razón la Andi al advertir que la reforma laboral es un certificado de defunción para el emprendimiento, que terminaría acabando con las pymes y que ahuyentaría la inversión?
¿Tiene razón Fenalco al señalar que la reforma laboral puede aumentar el desempleo entre 4,2 y 5,7 puntos porcentuales, aumentar los costos laborales entre 30 y 35 % y dejar por fuera a 2 de cada 3 colombianos que integran la población económicamente activa?
Ahora que se ha visto un Congreso que no está tragando entero y una opinión pública activa, informada y vigilante la voz del ministro Ocampo será determinante. Las leyes no pueden salir sin su aval.
JUAN LOZANO