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Así no, ministro, así no

El Estado no puede estar al servicio de los victimarios.

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Algunas barbaridades que está proponiendo la ministra de Salud, Carolina Corcho, han casi copado los espacios de opinión. Literalmente, la gente –petristas y no petristas– puso el grito en el cielo ante la inminencia de la radicación de un proyecto dañino y regresivo.
Paradójicamente, en medio de las voces de rechazo, se ha generado un interesante principio de consenso sobre la necesidad de introducir algunos ajustes que no desbaraten lo que hoy funciona en el sistema de salud y corrijan falencias y dificultades. Ojalá ella y su jefe lo entiendan así y lo aprovechen para tramitar una reforma sensata. Todos ganaríamos.
Y la semana pasada andábamos en las mismas, pero por cuenta de la ministra de Minas. Y así, de sobresalto en sobresalto, ha pasado inadvertida otra colección de despropósitos incorporados en el proyecto de humanización del sistema carcelario que más parece una ley de honores y beneficios generalizados a los delincuentes. Es la ley de premio al hampón. El rebajón.
El ministro de Justicia es un funcionario respetable y respetado en el campo del derecho. Es una persona cordial y cortés. No es ningún fanático extremista. Es sereno y oye a los demás. Por eso escribo esta columna. Porque creo que, con buenas intenciones, está cerca de radicar un proyecto que es un homenaje a los criminales, un regalo a los bandidos, una bofetada a la ciudadanía que quiere más justicia y una invitación a que padres infames pisoteen los derechos de los niños mediante normas claramente inconvenientes e inconstitucionales. Y creo que puede recapacitar en algunos puntos críticos.
Arranquemos por el principio. Para el proyecto, “humanizar cárceles” parece sinónimo de rendirse ante los delincuentes y poner la ley al servicio de los victimarios. Ya tienen suficientes beneficios. El proyecto cree que la resocialización se logra renunciando a que la cárcel sea el lugar donde los criminales purguen su pena y adquieran elementos para reinsertarse en la sociedad lejos del crimen.
Es un Estado cobarde, fracasado, irresponsable, pusilánime y tramposo aquel en el cual la ruta para resolver el hacinamiento carcelario es condenar a la ciudadanía a que los delincuentes queden libres en la calle. El proyecto es una invitación a delinquir. Delinque, delinque tranquilo que es poco probable que te agarren; si te agarran, es poco probable que te condenen, y si te condenan, en la cárcel solo estarás un ratico.
El proyecto es reiterativo en sacar a los delincuentes de las cárceles a la calle a través de todas las modalidades imaginables, incluyendo la gira turística cotidiana para que salgan por la mañana y vuelvan por la tarde. Claro que hay que humanizar las cárceles y evitar que sean escuelas del crimen, pero eso hay que hacerlo con los delincuentes adentro, no en las calles reincidiendo, delinquiendo y azotando a la gente. Una catástrofe para la seguridad ciudadana.
Y produce escalofrío la invitación implícita en el proyecto a que padres infames, canallas, delincuentes e inhumanos les nieguen los alimentos a sus hijos menores. Despenalizar este delito viola el principio constitucional de prevalencia del interés superior de los niños. Primero los derechos del padre que los pone a aguantar hambre, o a mendigar comida, o que les causa las secuelas irreversibles e irreparables de la desnutrición. No, ministro. No sean crueles. No les hagan eso a los niños.
Curiosamente, en ese caso, de manera excepcional sí podría plantearse que el padre pueda trabajar para conseguir recursos para sus hijos y así no agravar la situación. Para un padre de estrato 6 que les niega la comida a sus hijos teniendo con qué pagar no debería existir beneficio. Y pueden trabajar en remoto. Teletrabajar. ¿No fue eso, acaso, lo que nos dejó la pandemia?
Al igual que en salud, estamos a tiempo de redactar un buen proyecto que pueda humanizar de verdad las cárceles, en vez de revictimizar a la ciudadanía. De las facultades al Presidente para modificar el Inpec y de la peligrosa despenalización de la injuria y la calumnia hablaremos luego.
JUAN LOZANO

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